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Me hago vieja. Veo la imagen de la chica despelotada en la rave de Llinars y lo primero que pienso es «ay, pobre, qué frío debe estar pasando». Si alguna vez me encuentro al heredero en plan «free the nipple» abriendo un informativo por acudir a una fiesta ilegal, antes le echo una rebequita por los hombros que la bronca, que una es más madre protectora que represora. Y que peor sería pillarlo saliendo de un sarao en casa de Leticia Sabater. De esa sí que no me recupero.
En cualquiera de los dos casos, le pondría en bucle unas palabras de Julio Anguita para Cultura x el cambio que se han recuperado estos días: «Creéis que sois rebeldes, no sois rebeldes. El rebelde es el que se cuestiona lo que hay. Porque le contestéis mal a vuestra madre o a vuestro padre no sois rebeldes. Eso es falta de educación, pero no rebeldía [...] A mí la pose de rebelde me sienta muy mal. Estos que dicen 'Yo soy muy rebelde. Yo soy anarquista'. Si te vieran los anarquistas de verdad te hubieran pegado tres hostias porque te las mereces». O cuatro, que lo de estos tíos no es ni rebelión ni lucha contra el orden establecido; es no querer perderse una fiesta, es egoísmo. Tan egoísta como el maximalismo político que lleva a la radicalización absurda, ya sea por la izquierda o por la derecha, ya vista chándal y pañuelo palestino o loden y pañuelo de Hermès. De joven, jugar a la contra es una forma de encontrar tu lugar en el mundo; lo alarmante es ver que, veinte años después, algunos siguen en el mismo sitio, no sé si porque son eternamente jóvenes o eternamente tontos. Y yo, que estoy muy vieja para según qué cosas, sólo pienso en el frío que pasan. El chándal y el loden, siempre acolchados. Por si acaso.
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