Nuremberg fiscal
A la última ·
De Miguel Ángel Rodríguez, por ejemplo, podemos constatar que al menos ha dicho una verdad en su vida: tiene el pelo blancoLa galería de personajes que estamos viendo en el juicio al fiscal general merece una serie de televisión en Antena 3. Solo falta el del ... salami. A su lado, los tipos de Nuremberg, por muy nazis que fueran, tenían prestancia y cierta envergadura criminal. Si yo fuera juez del Supremo ni siquiera pondría demasiado interés: da la impresión de que todos son culpables, hasta los testigos. De Miguel Ángel Rodríguez, por ejemplo, podemos constatar que al menos ha dicho una verdad en su vida: tiene el pelo blanco. Eso es irrebatible y quizá pueda, como Descartes, construir sobre esa certeza su vida futura. La pasada no merece la pena.
No obstante, a MÁR hay que reconocerle valentía: no es fácil querer ser Kissinger cuando tienes la gracia y la sutileza de un chiste de Arévalo y encima la voz se te tropieza en las amígdalas. Del novio suicida me permitiré solo una observación jurídica: le queda mejor la melena. A mí me defraudó cuando se rapó el pelo. Por un momento temí que hubiera cogido piojos en el Burning Festival, aunque luego entendí que podía ser una estrategia de imagen.
Al fiscal general lo vi entrar al Supremo jaleado por un grupo de subordinados pelotas que en mi época hubieran sido objeto de incontables sevicias en el patio del colegio. Solo faltó que le arrojaran los calzoncillos y los sostenes a la cara, como a Jesulín en las plazas. Ya me estoy imaginando el terrible, durísimo y bien fundamentado alegato que habrá preparado el fiscal encargado del caso: «¡Mírenlo! –atronará la sala, señalando a su superior–. ¡Miren esos ricitos, esa carita de querubín, esa mirada de angelote! ¿Puede un hombre así cometer un crimen? Por favor, señores... ¡Pero si dan ganas de comérselo a besos!»
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