Nos queda Portugal
Este 25 de abril se cumplían cuarentaitrés años de la Revolución de los Claveles, revuelta que puso fin a la dictadura presidida por Marcelo Caetano (1968-1974) , que continuó el régimen instaurado por António de Oliveira Salazar, un catedrático de Economía que mantuvo desde los años treinta un modelo autoritario con reminiscencias fascistas. Portugal se abría, con convulsiones, especialmente en el seno del ejército, a la democracia, mientras en España el franquismo daba sus últimos coletazos represivos.
En aquella histórica jornada fue emblemática la emisión radiofónica del Grándola Vila Morena, de José Zeca Afonso: «Grândola, vila morena/Terra da fraternidade/O povo é quem mais ordena/Dentro de ti, ó cidade...». La composición del Ejército, entre otros factores, hacía imposible que en España pasara algo parecido.
Luego, en las calles se verían los tanques y fusiles con claveles en sus cañones, una imagen que dio la vuelta al mundo, símbolo de que aquella revolución no pretendía atentar contra el pueblo (el que manda, según la referida canción de Zeca Afonso) sino finiquitar la oprobiosa y prolongada dictadura, así como poner fin a las guerras en las colonias que desangraban al país.
Caetano terminaría exiliándose en Brasil y pocos días después regresarían al país los líderes que residían en el exilio, como el comunista Alvaro Cunhal y el socialista Mario Soares, recientemente fallecido, que ejerciera más tarde como presidente y como primer ministro del país luso.
Las tensiones entre los que pretendían construir un estado socialista y los que, por el contrario, apuntaban a la homogeneización del país con las democracias occidentales, duraron varios años, triunfando definitivamente estas últimas tesis ratificadas con la aprobación de la Constitución de 1976. En enero de 1986, Portugal y España entrarían, casi de la mano, en la hoy Unión Europea.
Hoy Portugal tiene un gobierno presidido por el socialista António Costa, que cuenta con el apoyo del resto de las fuerzas de izquierdas, Coalición Democrática Unitaria (donde se integra el histórico Partido Comunista de Portugal) y el Bloco de Esquerda.
Austeridad.
Tras el fracaso del proyecto de Syriza en Grecia por las imposiciones de la Troika, el Gobierno luso es de los pocos europeos con una orientación izquierdista; entre otras medidas, ha recuperado la jornada laboral de 35 horas y mejorado los salarios en el sector público, incrementado el impuesto de patrimonio para viviendas de lujo o incrementado el salario mínimo, en una senda contraria a la austeridad y los recortes aplicados en España y en el conjunto de la Unión Europea.
Las encuestas más recientes dan un 40% de intención de voto a los socialistas en unos posibles comicios generales, lo que les llevaría a la mayoría absoluta, confirmando el enorme apoyo popular de las medidas implementadas por Costa y sus aliados.
Pedro Sánchez se mira en el espejo portugués y le gustaría poder hacer algo similar en España, cosa que no comparte Susana Díaz, que no parece dispuesta a entendimiento alguno con Unidos Podemos. Mientras esto suceda en el lado socialista y mientras en la otra orilla, la morada, prevalezca el dominio de las tesis de Iglesias, la derecha puede respirar tranquila: continuará gobernando sin problemas.
El otro vecino del Estado español, la Francia de la libertad, la igualdad y la fraternidad, vive en un proceso político bien distinto tras la celebración de la primera vuelta de sus elecciones presidenciales. Con una derechización de la sociedad, el fracaso de los partidos tradicionales –republicanos y socialistas- y el continuo ascenso del populismo xenófobo, racista y antieuropeo del frente Nacional.
Melenchon.
Así como del izquierdista Melenchon que, en buena medida, ha laminado a los socialistas. Su silencio sobre qué deben hacer sus votantes en la segunda vuelta me parece una grave decisión. Frente al fascismo no caben dudas ni peros, por mucho que las diferencias con el neoliberalismo de Macron puedan ser abismales. Él mismo en 2002, cuando había que elegir entre Le Pen padre y Jacques Chirac, fue muy rotundo: «No hay que dudar. Pónganse guantes o háganlo con pinzas, pero voten. Hagan bajar a Le Pen hasta lo más bajo». ¿Ahora no?
La presidencia de Hollande y el gobierno socialista, que han reproducido las políticas neoliberales de la derecha, impulsando una reforma laboral que ha contado con un enorme rechazo sindical y movilizaciones masivas, han supuesto un desastre, ratificado en las urnas este domingo 23 de abril.
Se suma a la hecatombe sufrida por la socialdemocracia en las recientes elecciones generales en los Países Bajos o a su anterior hundimiento en Grecia. En Alemania, aún mantienen esperanzas ante los próximos comicios federales y los sondeos les dan buenos resultados con el liderazgo de Martin Schultz, ex presidente del Parlamento Europeo.
La aceptación del dogma neoliberal, la aplicación de programas de recortes y austeridad, su cada vez mayor similitud con las formaciones tradicionales de la derecha, ha logrado que la socialdemocracia esté en sus momentos más bajos, de menor apoyo popular, en Europa.
En el caso español mucho dependerá de lo que sus militantes decidan y si el nuevo secretario o secretaria general es capaz de desarrollar un proyecto autónomo, de perfiles propios, de sintonía con los intereses de la mayoría social, de superación de los actuales contenciosos territoriales, capaz de evitar la hemorragia que ha sufrido en los últimos años hacia su izquierda y hacia la abstención.
Estos días, cuando se acercan las primarias, los socialistas españoles se enfrentan haciendo interpretaciones, muchas de ellas maniqueas, sobre los males del PS francés y si se gana o no elecciones siendo más o menos izquierdista. O, en medio del tsunami de detenciones por corrupción en el PP de la Comunidad de Madrid, de las aguas parece que fecales del Canal de Isabel II, recordando la inconveniencia de haber facilitado con su abstención la investidura de Mariano Rajoy.
Infectada Francia del contagioso virus del lepenismo, del racismo, la xenofobia, la demagogia, el odio al inmigrante y el rechazo a Europa, menos mal que, con o sin claveles, nos queda Portugal. Terra da fraternidade.