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No es mala idea comenzar este año con una lectura que a la vez que resulta instructiva y amena sirve para asomarse a una de las cuestiones cruciales de nuestro presente y nuestro futuro ya inmediato. En 'Artificial (La nueva inteligencia y el contorno de lo humano)', el eficaz tándem formado por el neurocientífico Mariano Sigman y el economista Santiago Bilinkis nos aproxima al estado actual de la inteligencia artificial (IA), a través de un texto que aúna el valor divulgativo para explicar qué son y de dónde vienen las herramientas ahora en boga, como ChatGPT, con el análisis riguroso de su impacto ya observable, los dilemas que plantea y los riesgos y oportunidades que suscita su desarrollo futuro.
Sin caer en la fobia a la novedad ni en el deslumbramiento acrítico, Sigman y Bilinkis cartografían el repertorio de logros que la IA ya acredita y señalan los rincones oscuros donde aguardan agazapadas sus posibles contraindicaciones. Es verdad que la IA ha batido ya a los seres humanos en campos como el juego chino del Go, ingeniando jugadas deslumbrantes que no se le habían ocurrido a ningún humano y que hoy enseñan los maestros de la disciplina. Pero también incurre en pifias considerables, como las alucinaciones y las invenciones de ChatGPT o la incorporación de toscos sesgos a partir de los materiales con que se entrena.
Parece ya evidente que la IA va a ganar terreno y a desplazar a los seres humanos en campos que creíamos que nos estaban reservados: programa, escribe, dibuja, resuelve problemas y cada vez lo hace con mejor criterio. ¿Llegará incluso a superar a los artistas humanos? Hay al menos dos aspectos en los que nos aventaja: se le ocurrirán cosas sorprendentes y efectivas que a nosotros no se nos pasan por la cabeza -como ya hizo en el Go- y tiene la capacidad de aprender de nosotros y acumular tal cantidad de datos sobre nuestras inclinaciones que no le costará 'hackearnos', como hoy en día lo hacen ya con innegable éxito las redes sociales para atraparnos en su malla de estímulos.
La duda es hasta dónde le permitirá esta última habilidad hacernos olvidar que el hombre, como advierte la Edda Poética, encuentra el regocijo en el hombre. Es nuestra aptitud para sentir dolor y placer, alegría y tristeza, miedo e ilusión, que la máquina no tiene, la que nos faculta para despertar la emoción en otros a través del arte. ¿Lograrán las redes neuronales, que por ahora se limitan a parasitar la creación humana preexistente, sofisticarse hasta el punto de hacernos preferir sus emociones fingidas?
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