Un panettone y un frigodedo
En plena ola de calor en este octubre que parece agosto, me vi los frontales de mi supermercado habitual ofertando ya panettones
Había una peli vieja, una de esas que, desde que usamos nuestras filmotecas en manos de las plataformas, cada vez es más difícil de encontrar. ... Se llamaba 'Navidades en Julio' y me vino a la cabeza el otro día cuando, en plena ola de calor en este octubre que parece agosto, me vi los frontales de mi supermercado habitual ofertando ya panettones, aquellas montañas borrachas con rocas de fruta escarchada que, tampoco hace tantos años de ello, se llevan a las casas en nochebuena para tratar de llenar los estómagos más exigentes deseando que eso les impida comer más gambas.
Lo cierto es que fue en ese momento cuando me di cuenta de cómo hace años que el comercio ha ganado al evento por el que fueron creados. No es nuevo, a mediados de agosto ya se anuncia el la radio la vuelta al cole para angustia de los chavales que están viviendo su verano como se vive con esa edad, como algo que va a ser eterno hasta que se demuestre lo contrario. El bazar chino de mi calle hace años que aprovecha el final de agosto para vaciar la estantería de gafas de bucear y llenarla de máscaras de Halloween. Hasta he podido ver ya algún reel que te avisa de que no te relajes, que San Valentín está por llegar.
Al consumo le empieza a molestar tener que acoplarse a unas fechas, a los eventos que fueron su origen, como el adolescente que odia a sus padres porque empieza a verles como un peso cuando fueron el motivo de su vuelo. Ya se anuncian viajes todo el año, noches de juerga toda la semana, desayunos todo el día.
El resultado, al menos para mí, es que llegamos a los eventos hastiados, que las vacaciones son sólo un periodo para planificar el invierno y las pascuas unos días para planificar las vacaciones. Y, mientras, tratamos de cumplir las obligaciones. Tener guirnaldas para navidad, plumas para carnaval y pañuelos rojos para San Fermín.
En esta deriva climático/festiva estaba que me puse a ver otra de esas películas que son difíciles de repescar. Se llama Mensajeros de Paz y es una película española de 1957 en la que los tres Reyes Magos viajan a Madrid por mandato de Dios para comprobar si los niños siguen creyendo en ellos. Si pueden acceder a ella, les recomiendo ese viaje en el tiempo, a lo que fuimos incluso los que no estábamos aquí en aquella fecha. No sólo porque los tres Magos hablan un perfecto castizo, no sólo porque Baltasar es un blanco pintado al que le hacen bromas sobre que está pintado, no sólo por la ingenuidad que desprende.
Porque la navidad fue una cosa, una cosa parecida a lo que vemos en la película. Un tiempo de cabalgatas vistas por pocas personas, con motoristas vestidos de los tercios de Flandes y con muñecos mal hechos. Un tiempo de jugueterías que no estaban dentro de los grandes almacenes ni desaparecían el 6 de Enero.
Sé que suena nostálgico, pero no lo es. No añoro aquello. Probablemente aceptaría gustoso que se quitasen todas las tradiciones que son ya esclavitudes. Si añoro, ya ven, una cierta autenticidad. Poder disfrazarme aunque no sea carnaval, poder hacer un regalo a un amigo en San Valentín, poder, en fin, ser bueno y creer en los Reyes Magos todo el año, cuando nadie te obliga.
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