Tribuna libre
Indignación selectiva: por qué Europa mira a Palestina y olvida a Yemen, Siria o SudánLa explicación a este doble rasero es incómoda: la indignación internacional no se mide en función del número de muertos, sino de la utilidad política del relato
José Eduardo Marrero de Armas
Abogado y concejal de CC en el Ayuntamiento de Arucas
Jueves, 18 de septiembre 2025, 22:58
En los últimos diez años, el mundo ha sido testigo de algunas de las mayores catástrofes humanitarias del siglo XXI: la guerra civil en Siria, ... el conflicto en Yemen y la violencia generalizada en Sudán. Las cifras estremecen. Más de 600.000 muertos en Siria desde 2011, según el Syrian Observatory for Human Rights. 377.000 fallecidos en Yemen hasta finales de 2021, de los cuales el 60% murieron por hambre o enfermedades, según el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Y más de 150.000 muertos en Sudán desde 2023, de acuerdo con estimaciones del Armed Conflict Location & Event Data Project (ACLED) y Naciones Unidas.
Sin embargo, estos números apenas tienen eco en Europa. Ni banderas en los balcones de los ayuntamientos, ni símbolos en la Vuelta Ciclista, ni minutos de silencio en los parlamentos, ni campañas virales en redes sociales. Palestina, en cambio, ocupa el centro de la conversación política, mediática y social. La pregunta es inevitable: ¿por qué esta indignación selectiva?
El sufrimiento del pueblo palestino bajo la ocupación israelí y los bombardeos sobre Gaza es real y merece denuncia. Naciones Unidas ha descrito repetidamente la situación como una de las crisis más prolongadas y graves del mundo contemporáneo. En Europa, Palestina encaja dentro de un marco ideológico fácilmente reconocible: un pueblo colonizado, un Estado militarmente superior, un Occidente cómplice. Es un relato simple y poderoso, que moviliza tanto a partidos políticos como a la ciudadanía, y que permite situarse con claridad en un mapa moral de buenos y malos. Palestina, además, está cargada de un simbolismo histórico y religioso que trasciende sus fronteras. Lo que ocurre en Gaza y Cisjordania resuena en las diásporas árabes y musulmanas en Europa, alimenta debates sobre identidad y derechos humanos, y conecta con narrativas de colonialismo y dominación que resultan familiares en el discurso político europeo, especialmente en la izquierda.
Yemen es, por el contrario, el gran conflicto invisible. Desde 2014, los Hutíes -un movimiento insurgente chiita respaldado por Irán- controlan gran parte del norte del país, incluida la capital, Saná. La intervención de la coalición militar liderada por Arabia Saudí en 2015 internacionalizó la guerra, transformándola en un tablero geopolítico donde Teherán y Riad se disputan la hegemonía regional, con la población civil atrapada en medio. El resultado es devastador: más de 17 millones de personas en inseguridad alimentaria, millones de niños en riesgo de desnutrición y un sistema sanitario colapsado, según la ONU. De las más de 500.000 muertes estimadas, al menos 140.000 son consecuencia directa de la violencia, mientras que la mayoría responden a causas indirectas: hambre, cólera, enfermedades fácilmente tratables en condiciones normales. La paradoja es brutal: mientras la ciudadanía yemení muere de inanición, los líderes hutíes invierten millones de dólares en desarrollar misiles dirigidos contra Arabia Saudí o Israel. Una guerra que podría narrarse como la más grande tragedia humanitaria del presente se convierte en un conflicto casi invisible, sin banderas en los balcones ni 'trending topics' en redes sociales.
El conflicto sirio comenzó en 2011 como una revuelta popular pacífica contra Bashar al-Assad, en el marco de la llamada Primavera Árabe. Lo que empezó con protestas por más libertades y reformas se transformó en una guerra civil tras la brutal represión estatal. En pocos años, Siria pasó a ser un campo de batalla global: el régimen de Assad con apoyo de Rusia e Irán, múltiples grupos rebeldes, fuerzas kurdas, milicias islamistas y el autodenominado Estado Islámico. Los informes de la Comisión de Investigación de la ONU y de Human Rights Watch han documentado bombardeos indiscriminados contra civiles, torturas sistemáticas en prisiones y el uso de armas químicas. Y, sin embargo, a pesar de que medio millón de muertos deberían figurar en la conciencia colectiva europea, la guerra siria ha desaparecido de los titulares. La multiplicidad de actores, la complejidad de las alianzas y la falta de un relato claro han convertido la tragedia en ruido de fondo. Es más sencillo indignarse por Gaza, donde la narrativa es lineal, que por Siria, donde las responsabilidades se diluyen entre demasiados culpables.
Desde abril de 2023, Sudán vive una guerra abierta entre el ejército regular y las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF). La ONU estima más de 9 millones de desplazados, la mayor crisis de desplazamiento interno del mundo actual, y denuncia una emergencia humanitaria de primer orden. En la región de Darfur se han reportado crímenes de guerra y episodios de limpieza étnica contra comunidades no árabes como los masalit. Pese a ello, Sudán apenas aparece en la conversación pública europea. No hay símbolos, no hay campañas de solidaridad, no hay debate político. La invisibilidad del continente africano en la agenda internacional se confirma en cada silencio, en cada ausencia de titulares.
La explicación a este doble rasero es incómoda: la indignación internacional no se mide en función del número de muertos, sino de la utilidad política del relato, para la izquierda denunciar a Israel y apoyar a Palestina resulta sencillo en términos ideológicos. Señalar a Irán, a Arabia Saudí o al propio Assad exige un discurso más complejo que pocos quieren asumir, porque supone confrontar a aliados incómodos o admitir contradicciones. Po otro lado, Gaza aparece a diario en portadas y telediarios, mientras Yemen, Siria o Sudán apenas ocupan espacio. Sin imágenes constantes, sin presión mediática, la empatía colectiva se apaga. Y, por último, el pragmatismo ideológico: la izquierda europea se moviliza en defensa de Palestina porque encaja en su discurso contra el colonialismo y la hegemonía occidental. Pero calla sobre Yemen, Siria o Sudán porque eso obligaría a señalar también a actores como Irán o Rusia, que en algunos sectores son vistos como contrapesos frente a Occidente. El resultado es una indignación selectiva que revela más sobre nuestras prioridades políticas que sobre nuestro compromiso con los derechos humanos. Cuando denunciamos -con razón- los bombardeos en Gaza, pero callamos sobre los crímenes de Assad en Siria, la hambruna en Yemen o la masacre en Darfur, lo que transmitimos es que la vida de unos vale más que la de otros en nuestra escala moral. Los informes internacionales son claros: en Yemen, la mayoría de las muertes podrían haberse evitado con acceso a comida, agua potable y atención médica básica. En Sudán, millones de desplazados carecen de refugio seguro. En Siria, las torturas y desapariciones siguen ocurriendo a diario. Y, sin embargo, nuestras banderas solo ondean por una causa.
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