¿Universidades o manicomios?
El foco ·
Por desgracia, ese estudio sobre salud y bienestar mental en el Estado español, revela verdades muy preocupantesJesús G. Maestro
Catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada
Sábado, 12 de julio 2025, 23:04
Las enfermedades mentales y trastornos psicológicos entre la gente joven, especialmente estudiantes universitarios, provocan la pandemia más feroz del siglo XXI en las democracias posmodernas. ... Políticos, psiquiatras e ideólogos plantean soluciones diferentes, pero son los políticos los que imponen lo que se hace. A mi juicio, el idealismo es la principal causa de enfermedades mentales, y advierto que la democracia posmoderna está enamorada del idealismo.
La literatura es un instrumento de prevención de enfermedades mentales y trastornos de personalidad. Si la psiquiatría, en particular, y las ciencias, en general, están en crisis, no lo están por casualidad, sino por la presión que sobre médicos y científicos se ejerce a través de las ideologías políticas. Antaño era la religión el instrumento represor de las ciencias: hoy lo son las ideologías. Todas las ideologías. Entre tanto, el problema crece de forma masiva y exponencial: una sociedad de enfermos mentales está condenada a desaparecer como tal sociedad. La Universidad no puede ser un manicomio. A este paso, no llegamos, ni cuerdos ni vivos, al final del siglo XXI.
Nuestras Universidades, y también el resto de instituciones educativas, están saturadas de enfermedades mentales. Eso dice un informe elaborado por Ipsos para la Fundación AXA, que se ha publicado recientemente, a partir de 17.000 encuestas a personas de edades comprendidas entre 18 y 75 años, en 16 países del mundo, entre ellos España. Si nos atenemos a los datos sobre Universidad y enfermedades mentales, uno no sabe si trabaja en una institución académica o en un sanatorio psiquiátrico, porque les aseguro que lo que revela el informe es desolador.
Cualquier profesor puede constatarlo por sí mismo en el aula, sin necesidad de leer el informe. Por desgracia, ese estudio sobre salud y bienestar mental en el Estado español, revela verdades muy preocupantes. El 25% de los jóvenes entre 18 y 24 años sufre depresiones, el 70% estrés y el 9% ansiedad. El año que viene, el porcentaje será mayor. Estos problemas crecen exponencialmente año tras año. ¿Qué se hace para evitarlo? Publicar ocurrencias que no conducen a ninguna solución. Estamos ante un problema real que se combate con soluciones ideales.
Se señalan al menos cuatro causas principales de problemas psicológicos entre los universitarios: la alta exigencia académica, la adaptación al entorno, la diversidad de métodos de estudio y la precariedad (suponemos que económica).
Puedo asegurarles que la exigencia académica en la Universidad nunca ha sido tan baja como lo es actualmente. Hoy se regalan los aprobados y las calificaciones se inflan por razones muy diversas: desde eludir conflictos y reclamaciones hasta adaptarse a las exigencias del sistema a fin de evitar que se incrementen las estadísticas de abandono y fracaso académico, algo que penalizan los índices y evaluaciones internacionales. Ninguna Universidad quiere salir en esa foto.
Sea como sea, la Universidad no puede ser la placenta, y menos la incubadora, de las enfermedades mentales del siglo XXI. ¿Cuál es la causa de que los problemas psicológicos no dejen de crecer? Hay un hecho innegable: el idealismo en que vivimos, promovido por la cultura anglosajona, la pedagogía emocional, la industria de la autoayuda ―que en realidad es un autoengaño― y la promesa permanente de una felicidad tan obligatoria como inexistente, imposible de alcanzar.
El idealismo y las enfermedades mentales tienen mucho que ver. El idealismo es el miedo a la realidad. Kant fue algo más que un embustero. Acaso todos los objetivos de la psiquiatría se resumen en uno fundamental: asegurar al ser humano una relación no idealista con la realidad, es decir, restaurar en la mente del paciente una relación racional con el mundo, una relación que se ha visto patológicamente afectada y dañada por diversas causas.
La Universidad no es un hospital psiquiátrico, y no puede resolver problemas que están fuera de sus objetivos profesionales, científicos e institucionales. Pero tampoco puede ignorarlos, porque no es posible tener una buena Universidad donde tenemos una mala sociedad.
¿Quién ejerce hoy la función educativa sobre los jóvenes? Las redes sociales. ¿Qué les ofrecen? La promesa de todo. ¿Qué reciben realmente? Nada. En esa fractura –entre unas expectativas delirantes y el incumplimiento de todo lo prometido– nacen las patologías. El joven no puede soportar la realidad porque ha sido adiestrado para no enfrentarse a ella. No resiste las condiciones reales del mundo, porque sólo consume falsas ilusiones de felicidad. Se le ha instruido en una fantasía publicitaria, no en la lógica implacable del mercado de trabajo.
El resultado es una comunidad universitaria emocionalmente deteriorada, incapaz de reconocer el fracaso como parte esencial de cualquier proceso formativo. Una generación que interpreta la exigencia como violencia y el suspenso como un atentado contra su dignidad. Jóvenes universitarios cuya vida psicológica se ha construido con materiales reciclados de mitologías infantiles. ¿Y qué hace el sistema ante este derrumbe? Lo legitima y estimula. Transforma la universidad en una experiencia acomodaticia, y convierte al profesor en un moderador emocional, un gestor de fragilidades y emoticonos.
Y no hablamos sólo de los alumnos. Hay también docentes que requieren con urgencia ayuda. En síntesis, la Universidad no debe adaptarse a la enfermedad, debe oponerse a ella. No está para calmar al estudiante, sino para despertarlo. No debe simular un espacio terapéutico, sino un escenario capaz de satisfacer exigencias intelectuales. La realidad no se negocia con emociones: se gestiona con conocimientos, se controla con saberes.
Y si esto parece duro, debo decir que es infinitamente más saludable que graduar anualmente promociones y promociones de universitarios con un título en la mano y un insuperable miedo en el cuerpo.
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