La libertad no es una ilusión de nuestro cerebro
El foco ·
Cuando la ciencia se queda sin ideas se convierte en una filosofía muy contraria a la democracia porque nos conduce directamente a los mundos de OrwellJesús G. Maestro
Catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada
Sábado, 29 de noviembre 2025, 23:05
Leímos recientemente una entrevista a un hombre de ciencia en la que, en nombre de la ciencia -a mi juicio, ciencia ficción o cuento de ... Borges- se asegura que la libertad es una ilusión de nuestro cerebro. La afirmación me parece gratuita pero, sobre todo, peligrosísima. No sé si quien asegura algo así es consciente de las consecuencias políticas que adquiere ese mensaje. Resulta muy preocupante que afirmaciones de este tipo se hagan en nombre de la ciencia porque, si la libertad no existe y es solo un invento de la imaginación humana, no tiene sentido hablar de democracia ni de libertad política.
Por este camino podemos abrir de par en par las puertas a cualquier totalitarismo y convertirlo en la sala VIP de un mundo sin libertades. Si de veras no hay libertad, no cabe hablar de libertad de pensamiento, ni de prensa, ni de nada. Negar la libertad en nombre de la ciencia no equivale a justificar el totalitarismo, pero hay que andar con pies de plomo.
El hombre de ciencia afirmaba que todo estaba ya escrito en términos físicos, de modo que no había opción al azar ni a nada que no fuera determinismo. Se aseguraba que el tiempo era una ilusión y que la libertad es una ficción. Lo cierto es que semejante idea parece una completa ocurrencia y, si tiene algún sentido, es un sentido muy peligroso.
Afirmar que no hay libertad es negar el valor de la democracia. Es posible que este hombre de ciencia no haya pensado en las consecuencias que tiene su interpretación, pero resulta imposible no advertirlas. Negar la libertad en nombre del determinismo natural equivale a negarla también en nombre de la predestinación religiosa que el protestantismo, por la vía de Calvino, impuso políticamente.
Sorprende también que la ciencia, cuando se queda sin palabras -es decir, sin ideas-, se convierta en filosofía. Y en una filosofía muy contraria a la democracia, porque nos conduce directamente a los mundos de Orwell, en los que la libertad es igual a cero.
Hay científicos que, si leyeran 'La vida es sueño', de Calderón de la Barca, comprenderían que la vida no es un sueño, como demuestra Segismundo. Su padre Basilio lo encierra en una mazmorra convencido de que su destino está escrito en los astros. Sin embargo, Segismundo demuestra lo contrario: hay libertad y hay que luchar por ella.
Calderón revela, en realidad, lo opuesto de lo que anuncia el título de su obra. Afirma que la vida no es un sueño, sino una realidad viva y palpitante. La vida es lo único que tenemos, y no está predestinada ni por los planetas ni por los dioses. Ni tampoco es una experiencia onírica, como anhelaba Freud, para hurgar en nuestros problemas personales.
Pero algunas personas que hablan de ciencia nos inducen a pensar que todas nuestras referencias vitales, sobre todo la libertad, son ilusiones y ficciones. Evidentemente, esto no es nada inocente, y de ninguna manera equivale a confesarnos que los reyes son los padres. Si lo que dice este científico es cierto, la democracia es una tomadura de pelo, y cualquier dictadura sería lo mismo que una democracia pero con nombre distinto.
Tratan de convencer a la gente de que no piense en la libertad, de que renuncie a luchar por ella
La literatura del Barroco creó un personaje más ilustrado que todos los ilustrados del siglo XVIII juntos. Más allá del mito protestante de 'Robinson Crusoe', que Daniel Defoe publicó casi un siglo después de Calderón, Segismundo sale por sí solo, y contra todos, de la caverna donde lo había encerrado un «científico» que creía que todo estaba escrito. Un «científico» que, como otros de nuestro siglo XXI, creía que no había libertad porque todo estaba predeterminado por un cosmos o un orden trascendente e inmutable.
Hay personas que, viviendo en el siglo XXI, piensan y hablan como si vivieran antes de Calderón de la Barca. Pocos científicos tienen formación literaria, porque consideran que la literatura no tiene que ver con las ciencias, cuando la literatura nos dice sobre la ciencia mucho más de lo que los científicos sospechan. La literatura es un diablo que, como todos los demonios, sabe más por viejo que por diablo.
Si la ciencia no se emancipó antes del siglo XVIII de los prejuicios filosóficos y religiosos no fue solo por culpa de la religión, sino también de la filosofía, que es pura religión disfrazada. Y hoy la filosofía sigue igual, seduciendo a científicos para que expliquen sus teorías de modo que coincidan con creencias políticas o religiosas.
Liberarse de la filosofía es tan importante como liberarse de la religión. La promesa incumplida de la Ilustración -secularizarnos a todos- renunció al fundamentalismo religioso para potenciar el fundamentalismo filosófico de la mano del idealismo alemán.
No deja de sorprendernos la neotenia de algunos científicos que, seducidos por los personajes ficticios de la filosofía -entre ellos el 'demonio de Laplace', que parece salido de un cuento de Borges más que de la física contemporánea-, nos explican, con la ingenuidad de un idealismo kantiano y pueril, que la libertad no existe. Y aún más: tratan de convencer a la gente de que no piense en la libertad, ni luche por ella y, sobre todo, de que renuncie a vivir en libertad.
La ciencia, como la literatura, no ha estado jamás al servicio de los tiranos. No por casualidad Platón escribió toda su filosofía ladrando contra la literatura y contra un médico como Hipócrates de Cos, que buscaba soluciones materiales -no espirituales ni religiosas- a los problemas de salud humana. Platón consideraba que la locura era obra de los dioses, no de la naturaleza física del hombre. Su teoría llega hasta Erasmo, mientras que la de Hipócrates naufraga en el olvido grecolatino y medieval.
Naturalmente, siempre podrán objetarme, y con razón, que no sé de física pero, ciertamente, si saber de física implica interpretar y comprender la ciencia física como un cuento de Borges, para eso prefiero saber de literatura. Entre otras cosas porque, por el momento, las ficciones las interpreta mejor la literatura que la física.
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