El clamor y la nada
A la última ·
Pactar supone actuar y eso es más complicado que debatir, menos entretenido que quejarse y criticarUn clamor menguante recorre España y se sustancia en moderadas columnas de opinión, discursos de hombres prudentes y mujeres sensatas, debates razonables y dictámenes ponderados. ... Hay que acordar más y polarizar menos, proclaman algunas voces juiciosas. Pero no hay manera porque ya sea en la cafetería, en la red social o en el discurso político, lo que prima es la controversia, no la solución ni el consenso. Parece que sin problema y sin disenso, no hay estímulo, no hay acicate, no hay vida. Pactar supone actuar y eso es más complicado que debatir, menos entretenido que quejarse y criticar.
Consensuar implica hacer, pero excluye el lamento. Quien soluciona no puede después criticar ni despotricar en X ni en el bar, donde sí será crujido por los espíritus puros que solo discuten y atacan, pero nunca resuelven. Dedicamos nuestro tiempo a las minucias, repetimos una y otra vez los mismos argumentos con diferentes planteamientos para llegar a las mismas conclusiones en un bucle demente que ya parece infinito.
El escritor norteamericano Upton Sinclair (1878-1968) razonaba sobre la dificultad de que alguien entienda algo cuando su salario depende de que no lo entienda. Eso explicaría por qué parece que algunos líderes españoles no entienden la realidad por mucho que se la expliquen. Pero sí entienden que, si la comprendieran, igual se acababa su carrera política. Por eso siguen empecinados en la confrontación, dilatan las soluciones, soslayan la prudencia y así mantienen la ilusión del futuro. El clamor de serenidad es cada vez menos firme. Lo arrinconan y acallan el efecto discordia, el valor discrepancia, la excitante divergencia, el provocador desacuerdo, la nada.
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