Zurcir una sociedad
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Joe Biden no tiene el carisma de Barack Obama, porque de lo contrario no hubiera ganado por los pelos a TrumpLos políticos no son conscientes en muchas ocasiones del daño que hacen. A veces es ignorancia, otras el ego. O las dos cosas. Donald Trump deja como legado una sociedad muy dividida que encima ahora acarreará, en parte de las masas, con la duda de si las elecciones estuvieron amañadas en su recuento. ¿Cómo se subsana eso? Por muchos mensajes institucionales que se lancen desde la Casa Blanca a partir de este momento, esa herida no cicatriza de un año para otro.
En España estuvimos toda una legislatura tras los atentados de Atocha del 11M con la teoría de la conspiración. El PP sintió de golpe una derrota en las urnas totalmente inesperada, un partido de fútbol perdido en el tiempo de descuento. Y no lo asumió tan fácilmente. Ni siquiera la comisión de investigación parlamentaria creada al efecto, logró resarcir el daño causado. Y la Administración Bush se enfadó con La Moncloa cuando José Luis Rodríguez Zapatero, cumpliendo su promesa electoral, retiró las tropas de Irak. Entonces el ministro de Defensa era José Bono, el mismo que hace unos días descargó contra Podemos porque su hartura no podía más ante las declaraciones de Pablo Iglesias. Y Bono confesó los que algunos en el PSOE predican: el pacto de izquierdas solo ha sido posible porque no quedó otra, pero quererlo, quererlo de verdad, en Ferraz no se quería. ¿Quién sufre ahora ese desgaste? El propio Ejecutivo de coalición. Y la sociedad, incrédula ante tanto episodio y culebrón, mece entre la pandemia y la crisis económica.
Se habla mucho de populismos y demagogos, pero es entendible que a la ciudadanía le cueste distinguir cuáles son cuando precisamente unos y otros se arrojan calificativos de este tipo. Joe Biden no tiene el carisma de Barack Obama, porque de lo contrario no hubiera ganado por los pelos a Trump. Y se le pedirá a Biden una tarea de relanzar la democracia y el sistema constitucional, desconocemos si será capaz de efectuarla o no. Aunque lo relevante es constatar que él fue el candidato porque el aparato de una organización sistémica, la de los demócratas, así lo ofreció (junto a otros) a sus bases en la medida que no han catapultado otros liderazgos. Cuando concurre el vicio o la falta de oxigenación interna, las siglas (las que se tercien) acaban por decaer antes o después. Tanto es así, que Trump se ha ido sin guardar las formas pero, sobre todo, dando a entender que la pugna del 'trumpismo' continúa. Y tiene su público. Los que compran la ausencia de elegancia en la derrota, esencia democrática sin la cual nada se entiende. Menuda paradoja, pulcritud de un antisistema.
La desconexión de la ciudadanía con los partidos es creciente. Un divorcio preocupante pero que, en su mayoría, tiene su origen en errores de las organizaciones y no de las personas. A fin de cuentas, las siglas están para servir al pueblo y no al revés. Porque si fallan las estructuras partidistas, que hace mucho que padecen la obsolescencia, aparecen los salvadores y patrioteros al estilo de Trump o Silvio Berlusconi. Fenómenos que, con suerte, serán temporales pero no la mala pisada que dejan.
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