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Y dale con la perreta de los videojuegos

«Me pregunto si esta escuela de la ULPGC no tiene necesidades más perentorias que cubrir que crear un campo para ‘gamers’»

Jueves, 1 de enero 1970

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Gaumet Florido

Ya me extrañaba a mí que el Gobierno canario no volviera a meternos los videojuegos por las orejas. Tras su fracasado intento en los institutos, y eso después de una resistencia de meses frente a las protestas de casi toda la comunidad educativa, ahora ha logrado meter las zarpas de la industria en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC).

Me pregunto si esta escuela no tiene necesidades más perentorias que cubrir que crearles un campo para que entrenen los ‘gamers’

No se equivoque. La noticia no es que el Ejecutivo regional pretenda promover un grado o un máster en desarrollo de software y animación de contenidos para videojuegos o en dotar de recursos para facilitar la especialización en el sector a los alumnos de la Escuela de Ingeniería Informática de la ULPGC. No, no se equivoque. La cosa no va de formación. Ni de empleo. Se trata de fabricarle clientes a los creadores de videojuegos, de poner un granito de arena más, por si ya no bastara con la que está cayendo, para fomentar la adicción entre los jóvenes. Es más, el proyecto lo abandera la propia escuela y se lo financia el Gobierno canario con 200.000 euros. Crearán un espacio de entrenamiento para los jugadores de videojuegos, en el que se harán campeonatos. Me pregunto si esta escuela no tiene necesidades más perentorias que cubrir que crearles un campo para que entrenen los gamers.

Puede que me esté haciendo mayor y que me esté volviendo menos permeable a los cambios que vive la sociedad que me rodea, pero me asaltan los elementos de juicio para oponerme tenazmente a esta fiebre tecnológica que, a mi juicio, es tan adictiva como una droga. No es casualidad que haya ONG, como la de la Fundación Yrichen, dedicada a atender a personas adictas a sustancias, como la cocaína o la heroína, que ahora haya abierto otra división especializada en las adicciones sin sustancia como la que propicia el consumo incontrolado de estos jueguitos. Y tampoco es casualidad que, como publicó recientemente El País, los gurús digitales de Silicon Valley, la meca de la llamada industria del siglo XXI, estén criando a sus hijos sin pantallas, o que al menos estén retrasando su contacto con ese mundo lo máximo posible. Contaba la noticia que proliferan los colegios sin tabletas ni ordenadores y que las niñeras tienen el móvil prohibido por contrato. Por algo será tanta precaución.

Pero no me hace falta fijarme en las casas de otros. Me basta con la mía. A mis hijos solo les consiento jugar al FIFA un rato en la tableta los fines de semana. No los puedo aislar del todo de ese mundo. Y juegan a uno de esos simuladores gratuitos que se descargan de Internet. Los absorbe. No existen. Dejan de ser niños. Y los pone tan nerviosos que se me ponen agresivos. Si ya es así con un consumo controlado, no quiero ni imaginar a los que se pegan horas ante la pantalla. Fabricamos sociópatas.

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