Durante el parón de agosto, la ola de incendios en media península reavivó la llama de la mezquindad. En vez de aunar fuerzas para combatir ... la catástrofe, quienes regentan el poder central, autonómico y municipal se lanzaron al campo de batalla para enmascarar sus debilidades e intentar minar el crédito del rival político.
Fue un anticipo de lo que nos ha regalado el comienzo del último tramo del año del curso. La ponzoña, con salidas de tono, descalificaciones e insultos han vuelto a emerger con la intensidad previa al verano o incluso con mayor energía.
Se va a peor, porque las fuerzas políticas parece que ya solo piensan en que, si no pasa nada antes, que todo es posible, las elecciones de 2027 están a la vuelta de la esquina y toca apretar el acelerador para repartir fango y desprecio a todos los que no forman parte de la misma formación.
Piensan que así aumentará su caladero de votos y se debilitará el del adversario. Pero están muy equivocados. Por un lado, lo que están generando es una mayor desafección política entre la ciudadanía. Solo los escuchan los que ya tienen decidido su voto. El resto, se tapa la nariz o mira para otro lado, porque lo que ven o escuchan les genera arcadas. Y por otro lado están los que ya no pueden más, los desesperados que ante un presente y futuro inmediato tan desolador como el que tienen delante, se radicalizan y acaban comprando esa polarización generada por los asesores políticos.
Y ese caldo de cultivo es muy peligroso, porque en el calor de la batalla algunos pierden los papeles y aparece lo que nunca debería estar presente, la violencia. Y ya sabemos que la violencia solo engrendra más violencia.
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