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El anuncio de que el golfista español Jon Rahm abandona el circuito americano de la PGA para irse a la liga saudí y convertirse en ... el deportista nacional mejor pagado de la historia no es más que un paso más dentro del mercantilismo que está transformando desde hace años el deporte profesional mundial.
El golfista de Barrika, uno de los mejores del mundo, ha aceptado la oferta mareante de Arabia Saudí -se ha publicado que se trata de un montante total de 500 millones de euros- lo que sin duda transformará las reglas de juego (económicas y deportivas) en el deporte de los 18 hoyos y búnker. No será más que una evolución natural, en la que también están inmersas la mayoría de los deportes de masas. Todo vale, nada es imposible y las reglas que parecían inamovibles son historia. Este es el lema que impera y que ha convertido los deportes con los que muchos crecimos en un recuerdo.
Esta dinámica imparable solo tiene un freno posible. El que podrían ejecutar en un futuro sus principales protagonistas, los deportistas. Son máquinas de hacer dinero, para ellos mismos y para las múltiples empresas que los contratan o están vinculadas a sus disciplinas deportivas. Pero para que las cuentas les salgan a todos y las cifras astronómicas se mantengan en el tiempo, no solo tienen que llevar sus cuerpos al límite para lograr triunfos. Lo tienen que hacer cada vez con mayor asiduidad, con calendarios híper saturados, lo que está disparando, por ejemplo en el fútbol europeo, una plaga de lesiones abrumadora. En breve, no les quedará otra que decidir entre su salud y la pasta.
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