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La mayor parte de los profesionales del sector cultural nacional han alzado la voz ante los casos de censura política registrados en las últimas semanas, tras las elecciones del 28 de mayo. En varias localidades peninsulares, los responsables políticos del PPy Vox han cancelado montajes ya programados porque, parece, no se ajustan a su forma de entender el mundo (o la vida, vaya usted a saber).
Evidentemente, se trata de un atentado contra la libertad en toda su concepción, especialmente a la creativa y de expresión. La gravedad es mayúscula, porque se ha abierto una puerta muy, muy peligrosa, no solo para los agentes culturales sino para toda la ciudadanía.
Pero no seamos cínicos. Estamos ante una censura política. Pero censura ya tenemos desde hace bastante tiempo. Una es velada. Está, pero no se ve. Y después existe la autocensura. La más peligrosa y castradora. Los creadores no lo dicen, pero saben que las dos funcionan de la misma manera. Hay temas que no deben tocar. Tampoco conviene que sus piezas aborden la realidad de ciertos colectivos. Cuidadito con los géneros. Y con el sexo. La ironía y el humor (especialmente el negro) se han convertido en arenas movedizas, así que mejor evitarlo o tamizarlo de 'buenismo' y que todo sea políticamente correcto. Las redes sociales, los que se ofenden hasta con un estornudo y los políticos que no entienden la crítica y que la diferencia enriquece (los de Vox no son los únicos, aunque sí los más cafres) llevan campando a sus anchas por este país con la guillotina preparada desde hace tiempo. Comparen lo que hoy se estrena y crea con los años 80 y 90. Para temblar.
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