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Ver la imagen de Nicolás Maduro es observar la incompetencia que encima se jalea a sí misma. Sus discursos tan bravucones sin saber si pretende ser campechano o es mera ira contenida, recuerda a los dictadorzuelos que dominaron en Suramérica en tiempos de la Guerra Fría. Pero lo que está ocurriendo ahora en Venezuela, en horas de máxima tensión, es un golpe de Estado. O lo es, al menos, en la medida que dos poderes al mismo tiempo son personificados (Maduro y Juan Guaidó) que reivindican para su causa la Constitución. Sobre todo, adquiere gravedad la situación desde que Donald Trump ha reconocido a Guaidó como presidente legítimo. Formalmente es un choque entre el poder ejecutivo (Maduro) y el legislativo (Guaidó), pero es mucho más. Y lo es en cuanto el conflicto se ha internacionalizado a pesar de Maduro, cuando las capitales toman posición y se suceden en el exterior concentraciones en contra del régimen chavista.

Maduro está nervioso y fuerza que los militares se pronuncien para protegerse. Es una enorme señal de debilidad si cada vez que te enfrentas a una crisis tienes que dejar patente que tienes a los militares de tu lado. Es, en el fondo, el dislate último cuando el chavismo ha ido progresivamente instrumentalizando las instituciones venezolanas al servicio teórico del Estado de Derecho para supeditarlas a la supuesta misión revolucionaria iniciada por Hugo Chávez. Es decir, primero se ahueca la democracia de los contrapoderes que le asiste y luego la tomas a tu interés potenciando a personas leales y acríticas con el régimen. Dicho en plata, también es un golpe de Estado soterrado y paulatino que lógicamente ahora genera otro: la autoinvestidura de Guaidó.

En 2002 el propio Chávez padeció un golpe de Estado que acabó fracasando. Entonces algún papel jugó José María Aznar, premisa que sostuvo el chavismo. Recordemos que eran años de la Administración Bush. Esta acusación la rechaza Aznar pero, de algún modo, aquellos golpistas tuvieron que estar amparados desde fuera. Y la expansión de la ortodoxia de la derecha a escala internacional con intervenciones en el extranjero (Afganistán e Irak) permite pensar que fue así.

Venezuela también vivió décadas de bipartidismo antes del chavismo que tomó la reivindicación social del Caracazo de 1989. Cuando un sistema político decae y se pudre en corrupción, en Venezuela era algo habitual, después pueden sobrevenir líderes mesiánicos al estilo de Chávez. Eso sí, su precipitada muerte y que este dejara a Maduro como heredero antes de marchar a Cuba para ser intervenido, fue el gran error del chavismo. La incompetencia se paga. Y sale cara. Lo malo es que mientras tanto los que sufren son los venezolanos que parece que van camino de una guerra civil o de episodios muy cruentos que fracturen aún más la herida y la división social.

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