Borrar

Vayan a La Isleta

Sábado, 15 de julio 2017, 09:01

Víspera del día del Carmen, del día de ella, como coloquialmente se dice en el barrio, entrada la tarde-noche, es una magnífica oportunidad para acercarse a La Isleta, recorrer las calles que rodean la iglesia y aledaños, la zona que antaño se conocía como la Manigüa, y descubrir lo que cada año por estas fechas cobra vida allí, que tiene mucho que ver con la magia.

Es difícil encontrarle explicación, seguramente porque no la hay. Se conjugan sentimientos religiosos, devoción e incluso comportamientos rayanos en la idolatría. Son las fiestas del Carmen, las fiestas del Carmen de La Isleta, desde el año pasado también con el título de Fiestas de la Ciudad, en torno a la que se agrupan creyentes y no creyentes, devotos y agnósticos, pero que todos las hacen suyas y ponen mucho más color al que ya de por si tiene este popular barrio de la capital grancanaria. Es un canto a la vecindad, que merece disfrutarse.

Las calles vuelven a alfombrarse con modestos tapices hechos con serrín, sal, papel o neumáticos triturados, para cuya realización se juntan muchas manos. Las banderolas serpentean de un frontis a otro, casi todos baldeados y, alguno que otro, recién pintado. No faltan tampoco primorosos y floreados altares ante los que se para el cortejo. Casas y gentes se acicalan. Es tiempo de encuentros. Puertas abiertas, voladores que no falten, tampoco la música, ni los asaderos. La calle es de todos. Los que se marcharon vuelven, lo que permanecen se muestran. El deambular de todos por las estrechas aceras es constante. Las alfombras son intocables hasta el paso de la procesión, cuando despunte el alba.

A falta de dotaciones sociales y culturales las gentes de La Isleta se socializó en las esquinas, en los zaguanes. Y cuando se acerca el día de ella, la ya de por si animosa vecindad se reactiva. Así pasen los años se mantiene la implicación. En este rincón de la ciudad, frente a la despersonalización y desarraigo que avanzan y se erigen como un galopante peligro, su gente ha sabido mantener vivos los lazos vecinales y ha hecho causa común, al margen de distingos y considerandos religiosos, en torno una imagen que hace mucho hicieron suya, la convirtieron en referente y ha servido como elemento aglutinador, todo un símbolo, para hacer frente a los demasiados sinsabores que han sufrido desde que el barrio es barrio.

Así nos digan, agarrándose a los datos macroeconómicos, que la cosa empieza a ir mejor, los últimos datos sobre la pobreza son desgarradores y nos señalan que ésta no solo permanece sino que crece en La Isleta. Y como quiera que la fiesta es un reflejo de la identidad de una colectividad, lo que se ve y vive estos días en La Isleta es un fiel reflejo de lo que allí existe: animosa disposición a convivir con orgullosa modestia. Nada se disimula. Es una fraternal movilización de vecindad, porque no en vano la fiesta solo es posible en colectividad. Y ello los isleteros bien que lo saben. Una muestra de lo mucho y bueno que puede ofrecer esta ciudad de Las Palmas de Gran Canaria.

Sigues a Vicente Llorca Llinares. Gestiona tus autores en Mis intereses.

Contenido guardado. Encuéntralo en tu área personal.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

canarias7 Vayan a La Isleta