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Una participación récord

Jueves, 1 de enero 1970

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Terminaba mi último artículo sobre Cataluña en este periódico señalando lo siguiente: «Que decidan las urnas. Y que se respeten, por todos, sus inapelables resultados. El nivel de participación puede ser clave.» Y empiezan a conocerse, por distintos sondeos, por dónde puede apuntar la participación en las urnas en esa histórica jornada tras la aplicación del artículo 155 de la Constitución. Algunos la elevan hasta el 80%, superando el ya muy alto 77,44% de 2015, pese a celebrarse en jornada laboral, un jueves. También las generales de 1982, las de mayor participación hasta ahora, rozando el 80%, se celebraron un jueves.

Para los demócratas siempre supone una satisfacción que las convocatorias electorales se salden con una alta participación ciudadana. Resulta descorazonador cuando la abstención gana presencia y se convierte en una singular muestra de desafección colectiva ante la política y las instituciones, de falta de conciencia o de simple incredulidad sobre la importancia de la actividad política en los servicios públicos, en las libertades cívicas, en las condiciones laborales, en los más variados elementos de la vida cotidiana.

En el caso catalán, en 2012 se rozó el 70% de asistencia a las urnas (69,56%) y en las anteriores convocatorias no se llegó al 60%, con un 59,95% en 2010 y un 56,04% en 2006. Las primeras del siglo XXI, en 2003, las que terminaron llevando al socialista Pasqual Maragall a la presidencia de la Generalitat, sí lograron superar esa barrera, con un 62,54%.

En Canarias, la máxima participación en lo que va de siglo se produjo en las autonómicas del año 2003 (64,62%) y la más baja en 2011, con un 58,91%. Y en el ámbito estatal, la mayor afluencia a los colegios electorales fue en 2004, superando el 75%, y la menor en 2011 (68,94%). En 2008 también fue elevada, con un 73,85%. El récord sigue estando en las de octubre de 1982, con un 79,97%. Saquen las conclusiones que quieran.

Demoscópicos. Con relación a los posibles resultados difieren levemente los distintos estudios demoscópicos. Pero presentan algunas coincidencias, entre ellas que ganaría claramente ERC, que Ciudadanos sería, con diferencia, el más votado en el bando estatalista, que el PSC sube en intención de voto y escaños; y que la posibilidad de repetir un Gobierno de base independentista se la juega en una pequeña horquilla de escaños.

Los sondeos también abren las puertas a una opción transversal de izquierdas, muy difícil de articular, entre ERC, PSC y la gente de Colau y Podem, que me parece muy interesante; y cuya agenda estaría centrada en lo social, además de una mayor exigencia de autogobierno y la participación de Cataluña en la imprescindible reforma constitucional, del título VIIIº pero no solo. Según las encuestas, la suma de escaños colocaría a esta hipotética opción en una horquilla entre 72 y 75, mayoría absoluta en la Cámara que podría ser incluso más amplia aún de la que hasta ahora disponían JxS y la CUP (72).

En la actual Cataluña dividida políticamente casi por la mitad (el último informe del CEO, el CIS catalán, señala que un 48,7% de catalanes quiere la independencia, 7,6 puntos más que en junio; un 43,6% la rechaza; el 6,5% no lo sabe y el 1,3% no contesta, pero los distintos acontecimientos hacen fluctuar estos datos) no parece fácil atisbar fórmulas de entendimiento sustentadas en una amplia y plural base social y que integre a soberanistas y autonomistas o federalistas.

Lo expresa bien el politólogo Eugenio del Río en un reciente artículo en Público cuando señala que «el logro de un acuerdo no frentista sino transversal entre las dos grandes fracciones de la sociedad requiere una comunicación fluida y un consenso entre los principales partidos, o la mayor parte de ellos, hasta hoy enfrentados respecto a esta cuestión».

Añadiendo que para ello es preciso que todos renuncian al triunfo pleno de sus planteamientos, lo que haría inviable cualquier acuerdo. Proponiendo que «los partidos opuestos a la secesión no se dejen cegar por el ansia de desquite que observamos en Ciudadanos y en el PP, y que acepten negociar el reforzamiento del autogobierno de Cataluña. Y que los partidos independentistas renuncien a volver a intentar el triunfo del proyecto de una parte de la sociedad frente a la voluntad de la otra, y que vuelvan, por decirlo así, a la senyera, que representa a toda la población catalana, algo que no ocurre con la estelada, bandera propiamente de parte». Ardua tarea, sin duda.

Castigo. Por otra parte, y continuando con los sondeos, estos confirman, asimismo, el castigo que sufren todos los líderes políticos. Ninguno consigue acercarse al aprobado y Albiol (PP) y Arrimadas (Ciudadanos) aparecen, muy destacados, con las peores notas, por delante de la dirigente de la CUP Anna Gabriel.

Resulta difícil predecir lo que va a pasar tras los comicios de diciembre. Lo ocurrido hasta ahora hace albergar pocas esperanzas. Al menos para quien, como el que esto escribe, considera que llevamos un largo proceso de graves errores. Desde las antidemocráticas sesiones del Parlament del 6 y 7 de septiembre a la trastabillada declaración de independencia, desde las evitables y excesivas acciones policiales del 1 de octubre al encarcelamiento de integrantes del depuesto Govern, cuando parecía que la acertada e inmediata convocatoria electoral de Rajoy sosegaba el ambiente. Pasando por un referéndum, sin garantías y con limitada participación, que no fue más allá de una amplia movilización de una parte de la sociedad catalana.

Para buscar un hueco a la esperanza se tendrían que dar algunas condiciones políticas, judiciales y sociales. Y, sobre todo, convencerse los distintos actores de que no se trata de aplastar a los otros que piensan distinto, sino afrontar la compleja realidad de una nación plural, en la que conviven distintas identidades, en la que una mayoría –dos tercios de la población- desea mayores niveles de autogobierno. Y en la que la victoria de cualquiera de los bloques en liza puede ser percibida, también, como la derrota de la otra mitad de catalanes y catalanas.

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