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Una Iglesia más transparente

«Piden disculpas bajo unas señas de identidad dominadas por el oscurantismo y la negación de los hechos»

Jueves, 1 de enero 1970

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Afirmó el papa Francisco que la iglesia tenía que tomar «medidas concretas y eficaces» para luchar contra la «plaga» de los abusos sexuales a menores y adultos vulnerables y no solo aplicar «simples condenas». Lo hizo durante la esperada cumbre sobre este asunto que ha reunido más de un centenar de jerarcas de la Iglesia católica en el Vaticano. «El santo pueblo de Dios nos mira y espera de nosotros no simples y descontadas condenas sino medidas concretas y eficaces para poner en práctica», dijo el papa, que pidió «concreción». Un gesto que, a la vez que le honra porque se trata del primer alto dirigente del Vaticano que aborda esta lacra con firmeza, sigue siendo insuficiente ante una sociedad que exige claridad y transparencia sin contemplaciones.

Esta sucesión de casos que están apareciendo a la luz pública de abusos sexuales, pederastia y otros delitos cometidos –presuntamente– por miembros de la Iglesia católica y otras entidades religiosas, han generado muchas peticiones de perdón por parte de algunos de sus dirigentes, aunque todo ello se oculta a la sombra del cinismo puesto que se solicita disculpas bajo unas señas de identidad dominadas por el oscurantismo y la negación de los hechos.

Y es que ya no vivimos en siglos pasados donde los curas eran seres con inmunidad divina y estaban por encima del bien y de mal, nos encontramos en una situación en la que no nos vale que la Iglesia católica aplique sus propias reglas internas de las que nadie tiene información y todos dudan. Lo que pasa o deja de pasar, queda oculto tras los muros de los templos. Los delitos cometidos por los religiosos tienen que tener una idéntica y contundente respuesta penal como si se tratara de cualquier ciudadano de a pie. Lo contrario es un atentado al principio democrático de que todos somos iguales ante la ley, un hecho discriminatorio para el resto de presuntos delincuentes que se pueden enfrentar a supuestos actos de índole similar. Además, actitud mostrada por ministros y dirigentes de las iglesias de medio mundo ha sido del todo censurable, porque ante los casos de abusos o pederastia que se han hecho públicos –como los 82 casos conocidos en 33 años que ha desvelado el periódico El País– lo único que han hecho es mirar para otro lado sin rubor alguno. La Iglesia no puede ser un coto vedado a la aplicación de la Constitución y del Código Penal, ni mucho menos. Es momento de cambiar las reglas, de la manera que sea, pero que todos podamos conocer lo que ha pasado dentro de sus paredes. La sociedad y, sobre todo, las víctimas, se lo merecen.

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