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Más allá del debate abierto en el seno de Coalición Canaria, de la polémica por la multa y su cuantía, de las mayores o menores vicisitudes internas originadas por el desplante de la diputada, la controversia en torno a la decisión de Ana Oramas en la investidura de Pedro Sánchez da mucho más de sí. Desde luego, en clave interna, con relación a cómo se encuentran los equilibrios en su partido y respecto al posicionamiento ante el congreso que celebrará en primavera, el primero que realizan lejos de las mieles del poder. Y que puede marcar un punto de inflexión en su historia, reflexionando sobre los errores que le han llevado a la situación actual y efectuando las necesarias correcciones, o, por el contrario, empeñándose en un peligroso continuismo.

Pero, asimismo, la espantada de Ana Oramas en el debate de investidura, y su postura, tanto en el discurso como en el sentido del voto, ubicándose de forma voluntaria junto a los sectores más conservadores del españolismo, ha servido para que algunos intenten revisar muy críticamente el acuerdo de coalición nacionalista que se produjo en las elecciones generales celebradas el pasado 10 de noviembre.

Lo hacen jugando con la profecía autocumplida. «Ya lo sabíamos, eran y son de derechas». «No se puede esperar nada bueno cuando siguen mandando los mismos». «No hay ningún tipo de acuerdo que se pueda establecer con una organización de ese tipo», señalan en referencia a Coalición. O destacando el más que indudable peso de Tenerife en esta y otras decisiones de CC. Lo que no constituye, eso considero, elemento novedoso alguno. Hace mucho tiempo que se conocen los planteamientos ideológicos de Oramas, sus filias y sus fobias.

Tengo la impresión de que, mirado analíticamente desde el amplio espacio del nacionalismo progresista, que no solo incluye a los partidos de ese espacio, sino a distintas personas y colectivos, se podría terminar concluyendo justamente todo lo contrario de lo que apuntan. Lo ocurrido en el Congreso de los Diputados en la primera semana del mes de enero confirma el acierto de los que, de forma generosa y flexible, por encima de agravios políticos y personales, buscaron el entendimiento entre dos mundos que, al menos en el ámbito estatal, se encuentran obligados a entenderse para defender lo mejor posible a nuestra tierra. También en el europeo, donde debieron concurrir a sus comicios con candidaturas unitarias, atractivas y con posibilidades.

Canarias es una Comunidad, no hay que olvidarlo, que no tiene el peso económico y demográfico de Cataluña o el País Vasco, ni tampoco la fortaleza de los interlocutores políticos e institucionales de estas históricas comunidades.

Singularidad

Una Comunidad que tiene problemas y características propias que le hacen ser la más singular de las nacionalidades del Estado español. Ninguna se encuentra a más de 1.000 kilómetros del territorio común, fraccionada además en ocho territorios que hacen mucho más compleja la actividad económica y muchos más costosos la prestación de los servicios públicos. Hasta la propia Unión Europea, siempre con prácticas muy homologadoras, ha tenido que reconocerlo dándonos un reconocimiento específico. Sin el que nuestras dificultades serían, con toda seguridad, mucho mayores.

Vayamos por partes. Los que continúan renegando del acuerdo, ¿preferirían que el sector más progresista del nacionalismo no estuviera presente en las Cortes? La realidad de los números señala que, de no haber confluido el 10-N, ni Nueva Canarias ni Coalición Canaria, ni Pedro Quevedo ni, en el plazo establecido en el acuerdo, María Fernández, tendrían presencia en el Congreso por la circunscripción de Las Palmas. Ana Oramas hubiese quedado, por tanto, como única voz en Madrid del nacionalismo canario realmente existente, sin entrar a valorar ahora si exactamente lo es o nos encontramos ante un puro regionalismo u otra cosa.

En todo caso, una parte del nacionalismo, en lo territorial y en lo ideológico, hubiese quedado cercenado en un determinante espacio institucional. Muy relevante para Canarias y muy significativo para cualquiera que aspire a construir un proyecto nacionalista con presente y futuro. Para influir y tratar de modificar la realidad de esta tierra, para mejora la vida de su gente, hay que estar en los ayuntamientos y en los cabildos. También en el Parlamento de Canarias y, si se dan las adecuadas circunstancias, en su Gobierno. Y, por supuesto, también en las Cortes.

Estrictamente insular

Ya tiene problemas Nueva Canarias con sus limitaciones territoriales, circunscrita prácticamente a las islas de Gran Canaria y de Fuerteventura, para que, desde sus propias filas, se cuestione la relevancia que tiene contar con representación en el Congreso e interlocución con el Estado. Más aún cuando, en el debate de los Presupuestos Generales del Estado (PGE) para 2017 y 2018, esta supuso notables beneficios para Canarias, en lo económico y, asimismo, en el desbloqueo de los asuntos pendientes, Estatuto y REF. Salvo, salvo, que se apueste por una organización de corte estrictamente insular y sin más ambiciones en la mochila.

En esta ocasión, la investidura de Sánchez, la presencia de un diputado nacionalista posibilitó negociar con el PSOE un amplio programa con relación al cumplimiento de nuestros fueros, nuestro desarrollo estatutario y la búsqueda de soluciones a algunos contenciosos pendientes con el Estado, como el de las carreteras. Tocará, como siempre, vigilar su cumplimiento.

Y, al mismo tiempo, permitió el establecimiento de un compromiso con las políticas progresistas -en sanidad, educación, ley de la dependencia, sostenibilidad de las pensiones, lucha contra la Crisis Climática o combate contra la persistente desigualdad entre mujeres y hombres- que figuran entre las prioridades del nuevo Ejecutivo estatal. Y que, también, beneficiarán a la mayoría social en el Archipiélago.

Por eso, al margen de lo ocurrido en la investidura, hoy se revela aún más como un tremendo acierto el hecho de que los nacionalistas canarios acudieran conjuntamente a los comicios generales. Por el resultado y por las expectativas que abre. Y, también, porque la campaña ayudó a superar algunas asperezas, así como a abrir espacios de mutua confianza y a generar un ecosistema más favorable al diálogo y al entendimiento. Con obstáculos, con contradicciones y situaciones que lo dificultaran a lo largo de todo el proceso. ¿Alguien piensa, ingenuamente, que va a ser un camino de rosas?

Lejos de lo que intentan proyectar algunos, en las dos orillas, lo del 10-N fue, sin duda, una decisión muy acertada. Para el presente y para el futuro.

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