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El trastorno invisible

Aula sin muros, por Paco Javier Pérez Montes de Oca ·

La pandemia y el ejemplo de deportistas de élite y artistas han desterrado la idea de que a los psiquíatras y psicólogos solo van los locos

Tribuna Libre

Las Palmas de Gran Canaria

Lunes, 24 de enero 2022, 07:56

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En el primer mes del año se festejó uno de esos días raros que despiertan hilaridad, sorpresa o una sonrisa de complacencia: el día más triste del año. Sin duda que razones hay para ello. Y semanas antes, el 13 de enero, la ONU declaró el Día de la lucha contra la depresión. Y esto en pleno auge de otra cepa de la pandemia que mete miedo, restricciones por parte de las autoridades y aumento de ingresos en los hospitales que resta atención para otras enfermedades. En paralelo, también por la lógica de causa efecto, aumenta el número de casos de depresión, ansiedad que afecta a mayores, adultos en activo que se ven obligados a solicitar la baja laboral, amas de casa agobiadas y hasta niños y adolescentes en los que ha crecido el número de ideas suicidas y quejas de que se encuentran solos. Al respecto, asociaciones argentinas catalogan al siglo XXI como el siglo de las enfermedades mentales y hablan de la depresión, la incomunicación y la depresión como la pandemia de la juventud. Se sabe que pasaban por un trance de estado de animo deprimido, personajes famosos como Tiberio, Luis XI de Francia, Abraham Lincoln y Winston Churchill que hablaba de los «perros rabiosos» que le arañaban el alma en referencia a sus recurrentes estados de bajo ánimo y moral. Todos sufrían de una melancolía difusa y los síntomas típicos recogidos en el vademécum médico y psicológico de criterios actuales sobre enfermedades mentales como depresión, problemas de conducta y afectividad.

Ya en los años cincuenta se declaró a la década como la de la ansiedad en un tiempo que, todavía, en los manicomios se trataba todo tipo de desórdenes mentales con los famosos choques, contención y comenzaba una autentica revolución de los tranquilizantes. Hoy los datos son incontestables: instituciones sanitarias, avaladas por la ONU, dan cuenta de que una cada cuatro personas sufrirá algún tipo de trastorno mental a lo largo de su vida y que más de 300 millones de personas sufren de depresión y cerca de 800.000 se suicidan cada, cada año, en el mundo, unas 3.500 en el Estado español. Un 12% de los problemas de salud, en el mundo, se debe a algún tipo de trastorno psíquico, una cifra que supera a otros problemas como el cáncer o las patologías cardiovasculares. En jóvenes ya el suicidio supera a las muertes producidas por los accidentes de tráfico. La Confederación de Salud informa que entre un 35% y el 50% de las personas sufren de depresión sin recibir ninguna clase de tratamiento. Médicos de familia afirman que más del 50% de las consultas evacuadas en centros de salud contienen o se deben a trastornos nerviosos o estados de ansiedad. Al respecto el Centro Común de investigación informa, con datos del 2020 que una de cada cuatro personas, en Europa, tienen este problema.

El doble de las cifras publicadas por la misma entidad para el año 2016. Será por efecto de la propia pandemia que, por el aislamiento, incita a la gente a manifestar abiertamente sus sentimientos, estados de inquietud, desánimo, por lo que han solicitado consulta al especialista. Verdad que a ello ha contribuido la exposición pública de deportistas de élite, artistas y políticos que, en cierto modo, «han salido del armario» y expresan estar en tratamiento por problemas de ansiedad como lo hacen cuando sufren un esguince de tobillo, una afección de garganta o el intenso estrés que sufren los políticos debido a sus repletas de reuniones y agendas de asuntos de gestión pública. Hoy se le da visibilidad al trastorno y se va desterrando, en nuestro ambiente, la idea ampliamente extendida de que «al psiquíatra o psicólogo solo van los locos». Tratamientos se han implementado de todo tipo comenzando por la medicación y la alternativa de la Psicología cognitiva y Psicoterapia. Y existen pruebas de ello. Alguien fue tratado con la medicación al uso, inicial, para una depresión de caballo.

Después de consultar con su médico y psicólogo de confianza comenzó, aunque a veces sin gana, un entrenamiento diario de actividad física en un gimnasio, alternado con paseos, por aquello que se dice de que «la ansiedad se suda». Al mismo tiempo llamó a amigos de confianza y le confió el problema. Pasaron unas semanas y se volvió a encontrar con los mismos amigos. Su caminar lento y cabizbajo de antes se había trocado por una mirada al frente y una frase que resume su recuperación: «he salido del pozo». Aunque son muchas las veces que las promesas y proyectos se esfuman producto de trabas burocráticas que demoran la actuación y desesperan a los interesados habrá que confiar en las alusiones del presidente del gobierno español que, por una vez, ya habla del acuciante problema de la salud mental. Antes fue muy difundida por los medios la llamada de atención de un diputado del parlamento que habló del olvido de años y legislaturas a lo que otro diputado respondió, en alto, con un desplante y patujada de ignorantes. Entre nosotros, se cuenta el Plan de Salud Mental de Canarias que aborda el problema con diagnóstico y propuesta de aumento de recursos humanos y materiales. Veremos sus efectos y resultados.

En todo caso no se debe olvidar que en los orígenes y casuística de tantos estados de angustia y depresiones no solo cuentan factores de herencia, ambiente, historia y experiencias personales sino algo más endémico que radica en las propias estructuras de la sociedad. El filósofo surcoreano Byung-Chul escribe, a través de toda su recomendable obra, acerca del cansancio que la sociedad del rendimiento provoca depresión, además de una explotación por la que las personas entran en una vorágine de apuros y alta exigencia a sí mismas. El último escalón de un intenso estrés soportado en años. A lo mejor hay retomar una de las alternativas de la que ya hablaba Charles Dickens. En una de sus obras, 'Grandes esperanzas', escribe de que cuando, en el siglo XIX, en las insalubres ciudades comenzaron a crecer las calles contaminadas y abigarradas de multitudes se llenaron de «suciedad, grasa, sangre y espuma», los médicos recetaban «naturaleza» a sus pacientes para curar la ansiedad y la depresión. Paseos por la floresta o las orillas del mar, más o menos lo que recomendaba el filósofo y santo de la Iglesia, San Agustín: «solvitur deambulando», se resuelve andando.

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