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Gaumet Florido
El foco mediático de estas elecciones mira hacia Vox. Ha subido como un cohete en muy poco tiempo. De buenas a primeras sentará en el Congreso a 52 de sus militantes. Pero habrá que preguntarse por la consistencia de este ascenso. No conocemos más programa que las ideas vagas y manidas de su líder, que, por cierto, repite como una letanía pócimas demagógicas de tertulia de parroquianos en la barra de un bar. Se mete con los inmigrantes, con las autonomías, con la violencia de género... Y no lo saques de ahí. Ha tejido un discurso flojo, pero efectivo que ha sacado rédito de las pulsiones emocionales de los que peor lo pasan, de los que están hartos de un sistema que no les da respuestas y de los que desahogan sus propias frustraciones en la querencia patriotera o en la búsqueda de chivos expiatorios.
Por no tener no tiene apenas estructura orgánica. No hay más que ver el caso de Las Palmas. Una semana antes de las elecciones cambian de candidato y casi nadie se entera. Dudo mucho que lo supiera incluso la mayoría de los que le votaron. Sus méritos, a mi juicio, han sido los deméritos de los demás. Quizás le reconozco haber funcionado como un partido escoba que ha barrido para casa los votos que otros han dejado en el camino.
Pero no solo ha ganado Vox y aquí es donde quiero incidir. El foco debería mirar también al independentismo catalán más radical, el otro gran vencedor de esta contienda. Torra, Puigdemont y los suyos aplaudieron con las orejas este domingo. Los dos, Vox y los independentistas, medran juntos, enfrentados, sí, pero juntos, como los dos extremos de un hilo que a ambos les interesa tensar para engordar.
Abascal tuvo en la tensión del conflicto catalán bastante más que un granero de votos. Se los arrebató a Ciudadanos, que hasta ahora había patrimonializado la trinchera española en el frente abierto con el secesionismo catalanista. Y, por su parte, los independentistas tienen claro que ahora cuentan en Madrid con un eco ideal para sus soflamas vacuas de la España que no nos quiere, la represora, la del régimen. Ambos tienen lo que querían. Lo estaban buscando. Enardecer los ánimos a uno y otro lado. A río revuelto, ganancia de pescadores. Ahora solo falta saber qué precio vamos a pagar por esta estrategia suicida. La primera misión del gobierno en ciernes es clara: hacer de bombero. Toca primero apagar el fuego.
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