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Uno de los problemas que surgen al tratar de coaligarse partidos que se denominan de izquierdas es la indefinición de lo que significa «ser de izquierda». Para muchos progresistas, ser de izquierda significa defender los derechos y libertades formales reflejados en la Constitución: la educación, la enseñanza, la libertad de expresión, etc. Para otros, esos derechos «formales» son insuficientes y propugnan los derechos «materiales»: la vivienda, una sanidad universal y eficaz o una renta suficiente para llevar una vida digna.

Simplificando mucho, se puede decir que el PSOE es más cercano a la visión «formal» de la izquierda: una partido que con mucha rimbombancia defiende, por ejemplo, el derecho a la igualdad de hombres y mujeres, pero soslaya que la pobreza sea un problema mayoritariamente femenino. El PSOE nos tiene acostumbrados a la idea de que ser de izquierdas es compatible con mirar hacia otro lado cuando se trata de transferir rentas de los más ricos a los más pobres. Suya es la primera reforma laboral, suya es buena parte de responsabilidad de que, en España y en Canarias, la desigualdad avergüence no solo a los socialistas, sino a cualquier persona decente. Ya lo dijo Pedro Sánchez el otro día: puestos a elegir entre los principios de izquierda y España, se queda con España. Es decir, con una entelequia.

En estos términos, se puede decir que Unidas Podemos es más cercana a la visión «material» de la izquierda: gobernar es una cuestión de controlar los mecanismos que permiten transferir las rentas de los que más tienen a los que menos. Es decir, control de los precios de la vivienda, control del mercado laboral protegiendo a las trabajadoras y trabajadores, aumento de los salarios mínimos, mejoras en sanidad. Medidas que no son baratas. Por eso, el primer objetivo ha de ser poner bajo custodia el Ministerio de Hacienda. Sorprenderse por eso es el resultado de llamar de izquierda a Susana Díaz, Felipe González o al mismo Pedro Sánchez.

La primera visión goza de mayor predicamento social, a la vista de los resultados en las urnas, y mientras los verdaderamente pobres no quieran ir a votar o no se fíen de Pablo Iglesias, Podemos va a tener difícil ampliar el electorado al que deberían dirigirse sus propuestas. No obstante, dada la pobreza y desigualdad existentes, el PSOE ya no puede aspirar a convencer de que es el garante de la igualdad y la justicia. Con estos mimbres, hay que construir el cesto.

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