La libertad condicional empieza en junio
Saúl Alberola
Las Palmas de Gran Canaria
Jueves, 5 de junio 2025, 23:01
Estos días, miles de jóvenes en Canarias se enfrentan a la EVAU. Se despiertan con el estómago encogido, los apuntes arrugados en la mochila y ... la calculadora lista, como si en tres mañanas pudieran resolver la incógnita de toda una vida. Es el último empujón tras años de esfuerzo, madrugones, ansiedad, ilusiones. Pero lo más duro no es el examen. Lo más duro es que, con 17 años, se les exige decidir qué harán durante al menos los próximos 40. Así, sin red, sin garantías, con una presión que a veces ni las personas adultas sabríamos manejar.
Y mientras eso ocurre, se multiplican los artículos que recomiendan las 'carreras con más salidas', las 'mejores pagadas', las que aseguran una vida 'exitosa' si una persona acepta convertirse en engranaje de un sistema que te mide por lo que produces y no por lo que sueñas. Parece que la vida entera tuviera que resolverse en una ecuación de rentabilidad: inversión de años de estudio, retorno en sueldos altos. Y si no encajas ahí, si lo tuyo es la música, los oficios, el trabajo social o la arqueología, parece que has fallado. Que no vales. Que tu esfuerzo no importa.
Nos empeñamos en orientar a la juventud como si fueran solo mentes que deben servir a un mercado. Como si no tuvieran alma, pasión, inquietudes. Como si la vocación fuera un lujo, y la libertad, un capricho. Les hablamos como si fuéramos oráculos, dictando lo que deben estudiar, lo que deben ser, lo que deben elegir. Pero lo que hacemos, en realidad, es no tratarles como ciudadanía de pleno derecho. No se les ve como sujetos políticos, sino como piezas obedientes en un tablero ajeno. Y eso tiene consecuencias: más ansiedad, más frustración, más distancia entre lo que se sueña y lo que se permite.
Lo más llamativo es la contradicción. Se les pide que decidan su futuro, pero no se les permite votar. Se les exige madurez para afrontar un sistema educativo competitivo, excluyente, lleno de filtros y desigualdades, pero se les niega el derecho a decidir quién legisla sobre ese sistema. Se dice que su decisión de hoy lo marcará todo, pero no pueden elegir a quienes representan sus intereses. Eso no es coherencia. Eso es injusticia generacional.
Hace falta confiar en la juventud. Están preparadas para asumir responsabilidades, tomar decisiones y construir comunidad. Pero no desde el miedo, el castigo o la obediencia, sino desde la libertad, la participación y el respeto. Lo que necesitan no es un paternalismo disfrazado de preocupación. Lo que necesitan es una mano amiga que acompañe, que escuche, que apoye. Lo que merecen es poder decidir con tiempo, sin angustia, y con la certeza de que su voz cuenta.
Porque no están perdidas, están caminando. Porque no necesitan que se les empuje hacia donde no quieren ir. Porque tienen derecho a equivocarse, a explorar, a cambiar de rumbo.
Y porque tienen todo el derecho del mundo a soñar con una vida digna, aunque no aparezca en los rankings de empleabilidad.
En esta tierra, tantas veces golpeada por la precariedad y el olvido, la juventud también tiene derecho a quedarse, a crecer, a ser feliz. Confiemos en ellos y en ellas. Escuchemos lo que tienen que decir. Y pongamos en marcha, de una vez, un futuro a su altura.
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