Entre heces, apagones y mociones surrealistas
Saúl Alberola
Madrid
Viernes, 1 de agosto 2025, 23:01
Mientras miles de personas siguen llegando a nuestras costas, huyendo de guerras, miseria y desarraigo, el Partido Popular —socio de gobierno de Coalición Canaria— se ... desmarca, se esconde o directamente boicotea en Madrid cualquier avance legal para repartir solidariamente la acogida de niños, niñas y adolescentes migrantes. Los mismos que decían apoyar la modificación de la Ley de Extranjería en el Parlamento de Canarias, ahora ponen trabas o se desentienden cuando toca cumplir fuera de las islas. ¿Dónde queda el compromiso cuando más se necesita?
Y si eso ya es doloroso, aún cuesta más de entender que el mismo partido que cogobierna en Canarias haya votado hace solo unos días en contra del decreto antiapagones. Una norma impulsada, entre otras cosas, para que no volvamos a ver Tenerife, El Hierro o La Palma a oscuras durante horas por culpa de una red eléctrica obsoleta y desatendida. Ese decreto incluía baterías de emergencia, soluciones portátiles para casos críticos, y avances para el desarrollo de energías renovables en nuestras costas. Todo eso fue rechazado. Por quienes dicen gobernar esta tierra. Por quienes aquí lo defienden y allá lo tumban.
¿Saben lo más grave? Que a estas alturas no es incoherencia. Es estrategia. Prefieren dejar a Canarias sin soluciones si eso ayuda a desgastar al Gobierno central. Prefieren que la confrontación sume votos, aunque reste derechos. Gobernar con una mano mientras con la otra se sabotea: esa es la doble jugada de PP y CC.
Y en medio de todo esto, la prioridad de sus cargos públicos —con mociones surrealistas mediante— es declarar persona non grata al presidente del Gobierno porque se toma unos días de descanso en Lanzarote. Que sí, que va a La Mareta. Que le invitan. Que vuelve porque aprecia esta tierra. Pero da igual. Para el PP eso es más urgente que resolver la crisis habitacional, que regular el alquiler vacacional, que frenar el colapso del territorio. Es más importante que el agua contaminada que cierra playas cada semana o los emisarios rotos que convierten el mar en un vertedero sin depurar.
Y no, no es una exageración. Solo en lo que va de año, más de una docena de zonas de baño en Tenerife han tenido que cerrarse por contaminación fecal. Literalmente. Se han vertido heces al mar mientras las administraciones miraban para otro lado o tiraban de parche. Pero para eso no hay titulares, ni fotos, ni indignación institucional. Porque eso, parece, se lo comerá quien venga después. Y así años.
Y ojo: si el turismo fuera compatible con el respeto al territorio, a la vida, a la cultura, nadie lo discutiría. Pero lo que vivimos es otra cosa. Es sobresaturación, especulación y sumisión a un modelo que deja migajas mientras agota el alma de nuestras islas. ¿O acaso no es significativo que el PP solo rechace la extracción de tierras raras en Fuerteventura cuando ve que eso podría ahuyentar a los visitantes? No lo hacen por conciencia ecológica. Lo hacen por miedo a matar la gallina de los huevos de oro.
Frente a todo esto, ¿qué nos queda? Nos queda la memoria. Nos queda la calle. Nos queda la fuerza colectiva que este año llenó todas las islas para decir que Canarias tiene un límite. Nos queda la voz de quienes, desde abajo, siguen —seguimos— defendiendo derechos, servicios públicos, naturaleza y dignidad.
Y nos queda la certeza de que hay otra forma de hacer política. Una forma que no responde a intereses partidistas importados, sino a necesidades reales. Una forma que pone al pueblo canario en el centro, no en la cola. Una forma que se construye desde la unidad de las fuerzas de las izquierdas alternativas, desde los movimientos sociales, desde quienes no se rinden.
Porque gobernar Canarias no puede seguir siendo un ejercicio de contradicción. Y mucho menos, una excusa para traicionar lo que somos.
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