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Se agradece que la campaña electoral discurra estos días sin incidentes reseñables, con arengas sencillas en mítines de intensidad moderada y paseos por barrios que no levantan ánimos en demasía. Mejor sosa que bronca. Si se quiere espectáculo, aunque sea bochornoso, solo hay que mirar un poco más arriba en el mapa, donde el clima electoral de la península alcanza varios grados más. Etarras en listas electorales, encapuchados asaltando sacas de voto por correo en Melilla o carteles en el metro de Madrid recordando que el presidente se traslada en Falcon.
Porque de eso trata el debate bronco, de aplicar el divide y vencerás, marcando en rojo quiénes son los buenos y los malos. Para que nadie se pierda, que como dice un compañero de profesión, Chapu Apaolaza, «hay dos españas porque con tres la gente se hace un lío».
Y en esas andamos. Asistiendo a batallas cainitas basadas en la dicotomía más simplona, en las que el ganador araña un puñado de votos y el perdedor, siempre el ciudadano, se aleja cada vez más de partidos e instituciones con los que ya no se identifica.
Por eso se agradece una campaña que no polarice a una sociedad que bastante tiene con llegar a fin de mes, pero también me hace dudar si la falta de polémica se debe al buen hacer de los candidatos o a la falta de interés de los votantes. Y la segunda opción es preocupante, porque esa desafección, aunque no sea nueva, agranda su brecha con cada cita electoral.
Falta ilusión. Quizá sea el halo ficticio de la nostalgia, pero mis recuerdos electorales de infancia son luminosos. Sin conciencia aún de lo que estaba en juego, lo que veía era pura fiesta en la calle, con música, baile y reparto de rosas. Un par de semanas que transformaban la ciudad y, después, vuelta a la normalidad, aún tarareando las melodías facilonas que brotaban de los megáfonos.
Pero la ilusión se perdió por el camino, con sucesivas crisis que evidenciaron las lagunas del Estado del bienestar. Y en esas deberíamos andar, en situar de nuevo al ciudadano en primera fila. Porque demasiados votantes se preguntan estos días quiénes son esos candidatos que sonríen en los carteles. No les interesa, pero esos desconocidos tendrán en sus manos el bastón de mando de su municipio, su isla o la región al completo en apenas unas semanas.
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