El reto de La Rama
Ultramar ·
Toca celebrar la vuelta de esta fiesta fraternal e integradora manteniendo las esenciasAgosto es el mes vacacional por excelencia y las vacaciones acostumbran a ser tiempo de ánimo festivo en el que impera el disfrute. Y agosto se estrena siempre en esta tierra nuestra, con la excepción del interruptus impuesto por la pandemia, con una de las fiestas más excelsas que tienen lugar en Canarias, La Rama de Agaete, toda una eclosión de vitalismo, belleza y emociones liberadoras.
Felipe Bermúdez, un estudioso de las fiestas canarias, decía que los actos festivos sirven no solo para tomarnos un respiro frente a las situaciones de penuria que nos acogotan sino también para redimensionar nuestra presencia en la realidad, no para evadirnos ni enajenarnos de ella sino como vía de aprendizaje de cuanto en ella se enaltece. De lo que se concluye que la fiesta es una necesidad.
Y como quiera que arrastramos un importante tiempo de sufrimiento, esa necesidad parece que se ha acentuado y se palpa que la gente tiene más ganas de arder, sobre todo cuando objetivamente no parece que haya nada que celebrar, porque las catástrofes se suceden: ya sea una guerra, un virus que no para de sumar olas, una inflación que no sucumbe, una recesión que se asoma y un frío que nos dicen que no esperará al invierno sino que se adelantará a un otoño repleto de incertidumbres.
Pero aún queda para ese gris otoño y hasta tanto toca celebrar lo público, y nada más público que la fiesta, que solo cobra vida cuando se hace en comunidad, de ahí lo trascendente de no perder su esencia. Ese es el reto de la nueva cita. Que las ganas de arder no desnaturalicen una de las manifestaciones más singulares que cobran vida en las islas.
La Rama, hija de un pueblo abierto, alegre y festivo, ha de seguir cautivando por su plástica, su aroma a brezo y poleo, mientras la inagotable alfombra danzarina avanza siguiendo los sones de la música bullanguera y haciendo realidad una coreografía que parece dirigida desde las alturas, desde los riscos infinitos que la contemplan, entre el ulular de los bucios y los bailones papagüevos.
El reto es que la vocación fraternal e integradora siga presidiendo La Rama y que las multitudes que a ella vayan sucumban a ese lenguaje universal que une y hace que la calle deje de ser lugar de tránsito para convertirse en punto de encuentro en el que se celebra la vida, como siempre había sido hasta que el virús lo frenó todo. Celebremos la vuelta, manteniendo, respetando las esencias.