Cuando el escándalo ya no escandaliza
Lo intolerable se vuelve rutina. ¿Hace cuánto dejamos de esperar dimisiones? ¿Hace cuánto que un escándalo no provoca una reforma legislativa seria?
Raúl García Brink
Consejero de Medio Ambiente, Clima, Energía y Conocimiento Cabildo de Gran Canaria
Domingo, 17 de agosto 2025, 23:08
Hace no mucho, un catedrático de la Universidad de Las Palmas me reenviaba por WhatsApp un artículo publicado en Science Advances, firmado por Tali Sharot ... y Cass Sunstein. El título era sencillo pero provocador: '¿Nos estamos acostumbrando al declive de la democracia?' Y lo cierto es que, a medida que avanzaba en la lectura, me iba resultando menos teórico y más cercano. Como si no hablara de 'la democracia' en abstracto, sino de una sensación concreta de estos últimos años: que pasan cosas graves y ya no nos escandalizamos. O, peor aún, que pasan cosas que antes habrían hecho caer a un gobierno y hoy apenas generan debate real, más allá del ruido en redes o en alguna tertulia televisiva.
La idea que defienden Sharot y Sunstein parece inquietante por lo reconocible que es: cuando las normas democráticas se vulneran poco a poco, sin grandes explosiones ni consecuencias claras, tendemos a acostumbrarnos. A dejar de reaccionar. A bajar el listón de lo que consideramos 'aceptable'. Lo intolerable se vuelve rutina. ¿Hace cuánto dejamos de esperar dimisiones? ¿Hace cuánto que un escándalo no provoca una reforma legislativa seria? ¿Cuándo empezamos a asumir que, al final, nada cambia?
Carlos Mazón sigue presidiendo la Generalitat Valenciana con el apoyo de un partido que no esconde su agenda reaccionaria, y lo hace con normalidad institucional. El caso Koldo, que debería haber provocado un debate a fondo del sistema de contratación pública en situaciones de emergencia, se quedó en unos días de indignación y memes. Lo de Cristóbal Montoro, exministro de Hacienda, reapareciendo vinculado a actividades privadas que rozan (si no traspasan) las incompatibilidades éticas, ni siquiera está generando una reflexión sobre cómo evitar que vuelvan a producirse estas conductas. Y no estoy tratando de señalar a personas concretas. Se trata de pensar sobre lo que no pasa después. De la inacción como respuesta estructural. Y de cómo eso va calando.
Lo explican muy bien en el artículo que mencioné al principio: el juicio político y moral es relativo, no absoluto. No reaccionamos ante un hecho porque esté mal en sí, sino porque lo percibimos como peor que lo anterior. Y si lo anterior ya era grave, y lo de antes también, llega un punto en el que nos parece que esto 'es lo que hay'. Nos adaptamos. Como el ruido de fondo que ya no escuchamos. Como un goteo que primero molesta y luego simplemente está ahí.
Hay un peligro enorme en esa habituación. No solo porque permite que las cosas empeoren, sino porque debilita nuestra capacidad de distinguir lo aceptable de lo inaceptable. La democracia no se desmorona de golpe. Se erosiona en silencio, cuando dejamos de hacer preguntas, de exigir respuestas, de esperar algo mejor.
La economista italo-británica Mariana Mazzucato lo ha señalado en otro frente: cuando los Estados se vacían de capacidades propias y lo delegan todo en grandes consultoras, se vuelven instituciones que ya no saben responder, ni reformarse, ni aprender de lo que les pasa. Algo parecido ocurre con nuestras democracias: si dejamos de esperar reacción, dejamos también de esperar transformación. Y si todo se reduce a gestionar el escándalo del día —o el trending topic del momento—, el deterioro se vuelve gestionable, administrable. Y, por tanto, permanente.
Nos estamos acostumbrando a demasiadas cosas. A la corrupción, a la mentira como estrategia política, a la polarización como espectáculo. Y, sobre todo, a que nada pase después de que pase todo. Eso no es estabilidad. Es anestesia.
Quizá el reto sea no perder la capacidad de escandalizarnos. No dejar que el umbral baje hasta que ya nada importe. No confundir normalidad con resignación. No todo vale. Y aunque lo repitan, aunque se repita, aunque lo asuma la mayoría, hay cosas que siguen siendo inaceptables. Por eso necesitamos recordar —y decir— que esto no es lo que debería ser.
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