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Arcadio Suárez

Ramona y Carmelo

Ultramar ·

Un abrazo y una sonrisa como mejor ejemplo de que no importa de dónde seamos

Viernes, 11 de junio 2021, 22:44

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Ramona llegó a Las Palmas de Gran Canaria desde Rumanía hace unos doce años. En realidad no se llama Ramona, pero así la bautizó Carmelo, un isletero entrañable y querido por todos, porque su nombre rumano resultaba impronunciable para cuantos paraban por el bar de Manolo el gallego, que tampoco es gallego, sino alicantino, pero que como siempre ha servido uno de los mejores pulpos a la gallega que se recuerdan por las inmediaciones de La Puntilla, se quedó el gallego. Que ya se sabe que en La Isleta si hay quien cree que no tiene un nombrete es porque está mal informado. Ramona, camarera diligente y cercana, pronto se ganó la simpatía de los habituales, permitiendo incluso que Carmelo, Carmelito solo para unos pocos allegados a los que él les consiente el diminutivo, adornase la siempre pedida ensaladilla rusa con una lata de berberechos que poco antes había comprado en el Hiperdino cercano e, incluso, permitiendo, con la complicidad benevolente de Manolo el gallego, que del grill argentino de al lado surtiesen la mesa también con chorizos, morcillas y algún buen trozo de bife.

El bar de Manolo el gallego, que no es gallego sino alicantino, con Ramona, que no es Ramona pero que sí es rumana, solo abre los últimos días de la semana, aún así es uno más y un clásico del barrio, aunque ahora es un poco distinto. Ramona se vuelve a Rumanía porque toda su familia ha decidido intentarlo nuevamente allí donde nació. La tierra de uno siempre tira. Pero no ha querido hacerlo sin despedirse de Carmelo. En su última jornada de trabajo preguntó por él y cuando supo por dónde andaba, allí que se fue a encontrarlo, a darle un último abrazo, a decirle que nunca lo olvidará. Y Carmelo, con los muchos años de su vida, que apenas oye, vive envuelto en dolores y casi no ve, le sonrió con esa sonrisa abierta, enternecedora, franca y llena de bonhomía que lo han convertido en alguien inolvidable para cuantos lo conocen.

En estos tiempos de desasosiego, en los que tantos se empeñan en alimentar los desencuentros y en dar pábulo a los enconos, alimentando inquinas, el gesto de Ramona y la sonrisa de Carmelo son un claro y humano ejemplo de cómo los de fuera también se hacen nuestros sin tener que de dejar de ser ellos y nosotros, gracias a ellos, podemos abrazar nuevos mundos, ser del mundo siendo de aquí.

Un despedida, un abrazo, una sonrisa como mejor testimonio de que no importa de dónde seamos ni la edad que tengamos. Es posible.

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