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¡Qué pasó, mi rey!

«Aunque Kant sentenciase que la moralidad reina pero no gobierna, aquí ni una cosa ni otra»

Lunes, 20 de julio 2020, 14:50

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Pasa que la monarquía se sustenta sobre las características de perpetuidad e irrevocabilidad, por mucho que la apelliden parlamentaria, y la definición de la democracia se caracteriza por el hecho de que el ejercicio del poder tiene un carácter temporal y revocable.

Pasó que aunque Kant sentenciase que la moralidad reina pero no gobierna, aquí ni una cosa ni otra. Y así, por mor de una investigación que se inició en Suiza, que no en este país, muy dado a mirar para otro lado en todo lo concerniente al realengo, pese a lo mucho que se oía en voz baja, y aunque haya que seguir hablando de presuntamente y se siga debatiendo sobre si todavía perdura la condición de inviolable para el emérito, ahora se destapa sin tapujos que aquella etapa que siempre nos han presentado como modélica, la transición de la dictadura a la democracia, fue un periodo de muchos miedos, prudencias, ingenuidades, pactos, injerencias, traiciones, ruindades y timoneado, sin restarle méritos, por alguien que se instaló de entonces a hoy en la fortuna, bajo la corona de la intocabilidad.

Y del yate Fortuna al Bribón atracamos en un país que como no arrastraba poca crisis institucional, territorial, social y económica, ahora se ve asolado por una pandemia que todo lo acentúa y se desayuna con las vergüenzas tapadas de quien fuera su jefe de Estado, beneficiario, presuntamente, de ¿decenas? de millones que caricaturizan los muchos discursos regios en los que una y otra vez se hacía un canto a la ética civil.

La monarquía parlamentaria, constitucional, nos dijeron, nos dicen, era la menos mala de las opciones para transitar de la dictadura a la democracia y consolidar esta. No en vano, también nos aseguraban, las monarquías buenas lo son porque se parecen a repúblicas; sus pueblos las sustentan y no las soportan. Así se ha transitado, pese a que este país va a la deriva desde hace bastante, al tiempo que crece el cabreo y la decepción, hasta el punto que parece sumido en un proceso destituyente, a la vista de como se ha quebrado la confianza entre gobernantes y ciudadanos, tras este suma y sigue, in crescendo, de episodios nada edificantes. Lo dicho, aquí la moralidad no ha gobernado ni tampoco reinado, mientras el bribonismo ha campado en la inmunidad e impunidad.

Mal dados vienen los tiempos, más todavía con la pandemia. Así las cosas, en esta crisis de órdago cuesta hacer comprender a la población que debe ser ejemplar en su comportamiento para frenar al virus que nos amenaza, mientras se constata que no pocos referentes morales, muchos, entre los que figuran representantes de las más altas instituciones del Estado, no solo no se han prodigado en ella sino que, muy al contrario, han sido nada virtuosos.

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