Borrar

Algo pequeño, sí; pero práctico apartamento-nicho

Voces, palabras ·

La misma Constitución desde cuya primera línea del Preámbulo empiezan a emanar palabras y construcciones esperanzadoras, humanizadas, imprescindibles para no dejar de ser ser humano

Nicolás Guerra Aguiar

Las Palmas de Gran Canaria

Sábado, 11 de diciembre 2021, 09:28

Necesitas ser registrado para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Hay quienes se niegan a la vacunación anticovid. Los alegatos para incumplir la sugerencia médica universal tienen, al menos, dos basamentos. Uno: merma la libertad decisoria. Otro: la tercera inoculación de la vacuna pone en duda -me dijeron anteayer- la efectividad de las dos precedentes. Si meses atrás se decía que el segundo pinchazo era un refuerzo para mayor capacidad ofensiva - defensora y complementaba al primero, ¿a qué viene entonces el tercero?

Hay un 'Sí, pero...' desde mi punto de vista: la Ciencia necesita experimentación para llegar a definitivas conclusiones. Y esta labor de laboratorio a la búsqueda de efectivos tratamientos contra el covid nació el año pasado, su empleo fue declarado de urgencia. Sin embargo, demostrado está: todas las vacunas, todas (contra poliomielitis, hepatitis B, difteria, sarampión, varicela, rubeola…) tuvieron su primera vez. Y no pueden discutirse sus resultados. Las primeras vacunas contra la polio, por ejemplo, llegaron a España en 1963. Hasta ese momento unos dos mil niños al año sufrían paralíticos efectos de la infección viral, deformaciones físicas…

Tengo edad para recordarlos, más en un pueblo. Así, desde finales de los años 50 guardo en mi memoria impactos infantiles y juveniles: frecuentes entierros con cajas blancas, pequeñas, níveas estolas y casullas como vestimenta sacerdotal (no debe haber sufrimiento en la familia, escuchaba: murió un crío, pero el cielo ganó un angelito).

A quienes se niegan a su vacunación, claro, debe respetárseles tal derecho constitucional (en España ni tan siquiera las vacunas infantiles son obligatorias). Pero el ochenta y dos por ciento de los vacunados hasta hoy (treinta y ocho millones de personas) también reclama el suyo, el mismo derecho constitucional… pero a la salud. Por tal razón los tribunales superiores de justicia están autorizando los certificados covid (en Canarias, por ejemplo, la correspondiente Sala de lo Contencioso Administrativo). Esta medida de carácter voluntario empezó a aplicarse ayer. ¿Qué pretende? Pues, textualmente, definir lugares «sanitariamente más seguros y con menor probabilidad de transmisión» del virus.

¿Qué relación puede haber entre lo arriba expuesto y el titular de este artículo, estimado lector? ¿Se podría sospechar algún hilo conector entre la vacuna y la apariencia minimalista de la miserable choza rectangular ubicada en el recodo de una acera, definida por líneas horizontales, carencia de ornamentación (innecesaria)? Suponer, intuir o conjeturar, por supuesto que no. Ni tan siquiera llevando al máximo la capacidad imaginativa. Sin embargo, algo los une: se llama Constitución española.

Eran las 7:15h. La ciudad está parada. Mínimos grupos de jóvenes regresan de la noche y miran hacia los cuatro cartones que hacen de paredes aislantes. A ras del suelo una persona duerme (posición fetal, necesariamente: el habitáculo cubierto es mínimo). A lo lejos alguien canta, a lo lejos, casi a la manera de unos versos de Pablo Neruda. Eso es todo.

¿Importa la fecha? A fin de cuentas siempre amanece monótonamente para quien subsiste en el interior del espacio acartonado, ¡su vivienda! Y quizás conectado con todo el mundo a través del televisor, ¿regalo de la marca comercial cuyo nombre destaca en la fachada noroeste del alojamiento? ¿Se impuso el entendimiento entre dos partes?

Sí, claro: la fecha sí importa. Es un espacio temporal muy especial, se producen marcadas confluencias: el día de la semana (lunes); el mes (diciembre); el dígito de la jornada (6); el país (España). ¿Y qué significa para los españoles el 6 / 12 de cualquier año desde cuatro décadas y un trienio atrás? Pues eso, exactamente: aniversario de la Constitución española.

La misma Constitución desde cuya primera línea del Preámbulo empiezan a emanar palabras y construcciones esperanzadoras, humanizadas, imprescindibles para no dejar de ser ser humano. Son voces como «justicia, libertad, seguridad, el bien, convivencia democrática, orden social justo, imperio de la ley, derechos humanos, digna calidad de vida, sociedad democrática avanzada, relaciones pacíficas, cooperación entre todos los pueblos de la Tierra...».

Jamás de los jamases ninguna sociedad humana, por muy avanzado que fuera su Código para la vida democrática, sembró tantas ilusiones, tantas expectativas ni llegó a seducir o encandilar a millones de personas ansiosas de una Carta ética, al fin, por fin, encadenamientos de palabras para vivir en paz.

Y tal Reglamento ligado a la libertad personal y colectiva penetró en ojos y oídos de quienes empezaron a recuperar las fuerzas perdidas durante su desesperada lucha contra atrocidades, barbaries, prepotencias y desprecios por parte de quienes habían hecho suyo el Poder y se lo regateaban a sangre y fuego, a consejos de guerra y tribunales de orden público. Al fin, por fin, a tres años de la muerte del dictador, pudieron leerse palabras de esperanza: «La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado». Y Gabriel Celaya, entonces, guardó los versos escritos allá por los años cincuenta: «Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan / decir que somos quien somos [...]». Y Pedro Lezcano pasó las sombras sobre dos versos suyos (1947): «Se prohíben los sueños a deshora; / para soñar ya hay decretadas fechas [...]».

Pasaron los años. Se sucedieron monolíticos gobiernos del PSOE, del PP, de alianzas de ambos con otros partidos cuando las mayorías absolutas se convirtieron en pretérito, quizás para bien dentro de la imperfección de toda obra humana: por primera vez hubo que echar mano al diálogo, a voces preñadas de contenidos, pactos imprescindibles cuando la mayoría simple no implica dominio absoluto. Pero a la vez nos fuimos alejando de la Constitución, o tal vez nos la fueron oficializando: solo se recuerda, a estas alturas, los 6 de diciembre. Y los actuantes en las ceremonias dejaron de ser los ciudadanos anónimos: todo, otra vez, pasó a manos de los políticos.

Políticos que reconocen el constitucional derecho a la discrepancia sobre vacunaciones. Pero políticos olvidadizos, a la vez, del derecho constitucional al trabajo digno, a la remuneración suficiente, a la dignidad personal, a la protección pública de la salud… y a una «vivienda digna y adecuada» (art. 47).

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios