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Un país de barra y hamacas

Del director ·

Tampoco se resuelve una nevada cogiendo una pala quien no sepa utilizarla

Miércoles, 13 de enero 2021, 06:33

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Está claro que no somos Alaska ni Groenlandia. Tampoco Canadá o Finlandia. Ni siquiera Alemania. Es evidente que si nieva fuera de lo normal, este país no está acostumbrado. Como también hemos comprobado que si ese fenómeno fuera de lo habitual se produce en la ciudad más rica del país, con más recursos materiales y humanos, y con un Gobierno regional al que le sobra el dinero en tan grande proporción que no para de bajar la fiscalidad, pues tampoco hay una respuesta a la altura de las circunstancias.

Según los entendidos, para luchar con garantías contra nevadas como las que están sufriendo en gran parte de la península hacen falta dos cosas: medios suficientes y una cultura ciudadana sobre cómo actuar. Lo primero se resuelve con presupuesto, pero lo segundo precisa de tiempo. De mucho tiempo.

De poco sirve tener toneladas de sal preparadas, decenas de quitanieves y quintuplicar la cifra de soldados de la Unidad Militar de Emergencias si, a las primeras de cambio y con los primeros copos, la gente sale alegremente a esquiar por el asfalto o queda para multitudinarias guerras de bolas de nieve. Porque entonces llegarán las caídas, las fracturas, las lesiones, el colapso de las urgencias hospitalarias... y a todo eso añadamos que se está incrementando el riesgo de contagios por coronavirus covid-19 al desaparecer la distancia social.

Tampoco se resuelve una nevada cogiendo una pala quien no sepa utilizarla. Cuando eso ocurre, lo único que se garantiza es el dolor de riñones.

Lo que se está poniendo en evidencia es que somos un país de hamacas y de barra de bar, dicho sea con todos los respetos hacia la hostelería y el turismo. Supongo que a un ciudadano de Alaska o de Groenlandia lo sometemos a dos días de calima, seguramente creerá morir bajo el polvo en suspensión. Pues tres cuartos de lo mismo sucede con esto.

No faltan los que avisan que con el cambio climático, hay que acostumbrarse a este tipo de fenómenos, pues el riesgo de que se repitan con más frecuencia crece notablemente. Y seguramente será así. En ese caso, razón de más para adaptar la cultura y el estilo de vida a esa realidad.

En Japón, por ejemplo, desde pequeñitos, aprenden en las aulas lo que hay que hacer en caso de seísmo. Eso explica que cuando llegan, las cifras de víctimas sean relativamente inferiores a los de otros lugares.

Aprendamos de otros, abramos los ojos y asumamos que el mundo cambia.

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