Otoño incierto
Primera plana ·
Apenas hay vida social. Estamos confusos. Son tiempos extraños. Más vale ensimismarse, observar el detalle desde el silencioLa preocupación y el ánimo social es tal, tan semejante a los días previos en marzo cuando justo se decretó el confinamiento, que actualmente se respondería gubernamentalmente de la misma manera. Por el contrario, el Ejecutivo de coalición no lo hace porque no queda margen de maniobra. Se evita, a toda costa, ese segundo confinamiento porque ya se ha detectado el inmenso daño socioeconómico que ha provocado el primero; es más, aún su magnitud la desconocemos del todo. El envite, el dilema político, viene a ser el mismo: sanidad o economía. Ahora bien, cuando esta disyuntiva asoma por primera vez, no hay duda en cómo reaccionar por parte del Estado. Cuando se repite la encrucijada, por lo que se ve, la cosa cambia. Hay países que resisten mejor un confinamiento que otros. Como acontece, no siendo menos, con las familias. Hay nóminas y nóminas, casas y casas, certezas depositadas en la cuenta corriente del banco o números rojos. Todos somos iguales, pero unos más iguales que otros; reza la máxima orwelliana. Los balcones se apagan. Y las rondas de aplausos de aquellas tardes de extraña primavera han tornado en amargura en muchos hogares ante un futuro incierto. Se ha desmantelado, poco a poco, como el que no quiere la cosa, el Estado del Bienestar ungido en Europa con el pacto entre capital y trabajo tras la Segunda Guerra Mundial, que ahora echamos en falta cuando la desigualdad se eleva y la miseria se enquista. Han sido meses en los que la (presunta) corrupción de la monarquía se ha ventilado como un espectáculo pirotécnico interminable para mayor enojo ciudadano. Prepárense para lo peor. Lo llaman optimismo defensivo. Si luego no es para tanto, que me temo que lo será, pues las expectativas cumplidas de manera inesperada agigantan nuestra sensación de felicidad. Cuando no esperas nada ya, cualquier cosa que acontezca en positivo aporta réditos.
En términos políticos, haya o no Presupuestos aprobados de cara a 2021, tampoco cambiará las guerras de trincheras que se estilan cuando el sistema se desmorona. ¿O es que acaso por tener a mano unas cuentas estatales para el siguiente curso, pasaremos de la trifulca a la armonía? Será una buena noticia pero ya está. Eso si es que finalmente hay Presupuestos Generales del Estado, lo apruebe quien lo apruebe, porque si no vamos encaminados a elecciones generales a comienzos de año. Inés Arrimadas ha pasado de reclamar un valiente que se desmarcara dentro de la bancada de la izquierda cuando la sesión de investidura de Pedro Sánchez a negociar con La Moncloa.
Mientras tanto, las empresas se preparan para convertir los ERTE en ERE. Cuando un político retorne con la promesa de los puestos de trabajo con salarios dignos, metan su llamarada en la nevera de la incredulidad. Apenas hay vida social. Estamos confusos. Son tiempos extraños. Más vale ensimismarse, observar el detalle desde el silencio. Se acelera el ritmo histórico que salpica a la sociedad con una virulencia jamás pensada. Es (y ha sido) una guerra pero sin bombas. Los edificios se mantienen intactos, pero la desolación es mayúscula.