No olvidemos a La Palma

Y tras constatar que la anunciada fortuna de que el volcán entró en erupción en una zona despoblada no era cierta y que la tragedia tenía muchos rostros con nombres y apellidos y condenaba, además, a toda una isla a una incertidumbre que nadie sabe cuándo podrá despejarse, uno de aquellos reporteros entrevistó a uno de los miles de damnificados. Lo había perdido todo, sin embargo, sus respuestas transmitían optimismo. Contaba que se sentía afortunado porque su familia y él habían salido indemnes. La casa destruida era un bien material que podía reconstruirse y afirmaba que afrontaba el futuro con entusiasmo. Estaba seguro que él y todos sus vecinos iban a recomponerse pronto. Ni una sola palabra sufriente. Conmovía tanto vitalismo. Pero no acababa ahí el reportaje. Lo hacía con unas líneas estremecedoras: Pocas horas después de esta conversación el entrevistado era ingresado en un centro hospitalario con una crisis de ansiedad. Esa es, tristemente, la fotografía de la dolorosísima realidad, que no acaba, que está sufriendo La Palma.

No hay alivio. A quien dice que solo el uno por ciento del territorio insular ha sufrido el embate del volcán hay que contestarle que sí, pero que también casi el diez por ciento de la población de toda la isla ya ha padecido directamente su fuerza, perdiendo propiedades, siendo desalojados u obligados al confinamiento. Y eso es una barbaridad.

Tan crudo es lo que allí se está soportando que por más que nos esforcemos en ponernos en la piel de los sufrientes es un imposible porque es del todo inimaginable; por eso, no podemos olvidarlos porque van a necesitar mucha ayuda.

La atención informativa decaerá, desde fuera el fluir de la lava y sus consecuencias se normalizarán a ojos foráneos. Siempre pasa lo mismo con los dramas humanos. Otro acontecimiento copará las primeras planas. Pero no los olvidemos, porque la recuperación va a ser larga. Nos necesitan.