
Semana Santa en Vegueta Triana
Octavio Utrera
Licenciado en Geografía e Historia
Viernes, 11 de abril 2025, 23:44
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Octavio Utrera
Licenciado en Geografía e Historia
Viernes, 11 de abril 2025, 23:44
Cada primavera, desde hace cinco siglos, en las calles y plazas de los dos barrios históricos se vive, al unísono con el resto de España ... y con numerosos lugares de América Latina, la conmemoración de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, a modo de representación teatral, en la que se aúnan, en cierto modo, todas las artes, mayores y menores, en una puesta en escena que activa y despierta los sentidos.
La arquitectura de los tronos, la escultura de las imágenes, la pintura de cartelas y estandartes, la música y el canto, y, en cierto modo, la danza en la mecida de los pasos, se complementan con la ofendería, el bordado, la floristería, la ebanistería, creando un todo envolvente y mágico.
Pero es, sin duda, el elemento central y fundamental, tanto en lo devocional como en lo artístico, de todos ellos la imaginería, el arte escultórico, en madera, que representa a los protagonistas de la Pasión, singularmente Cristo y María, en el caso de aquel fundamentalmente tallas de bulto, ejecutado todo el cuerpo, en el de ésta, así como de los actores secundarios, santos barones y santas mujeres, de candelero o de vestir, realizados sólo cabeza y manos.
El patrimonio escultórico que procesiona desde el Domingo de Ramos hasta el Domingo de Resurrección, por Vegueta y Triana, entre el Parque de San Telmo y las plazas de San Agustín y de Santo Domingo, se puede agrupar, grosso modo, en dos categorías, las ejecutadas por Luján y las de otros autores.
El imaginero guiense, el mejor escultor de la historia en el Archipiélago, sólo parangonable con el tinerfeño de La Orotava, Fernando Estévez del Sacramento, acapara cerca de la mitad de todas las tallas en cuestión. De su gubia salieron dos de los tres crucificados que procesionan, el de la Sala Capitular, de la Catedral, y el de la Vera Cruz, de San Agustín, éste Señor de la Ciudad, ambos de gran armonía anatómica. Igualmente suyas son dos de las seis dolorosas, la de los Dolores de Vegueta Coronada, iglesia de Santo Domingo, de emotivo y sublime rostro inspirado en una joven en fase de duelo, es de candelero, y la de la Catedral, talla completa, de insuperable belleza y maestría, que refleja en su sereno dolor el incipiente clasicismo y en la tensión del ropaje el barroco tardío.
Suyos son, también, los magníficos Señor con la Cruz a Cuestas, acompañado por el Cirineo, el Señor Predicador y el Señor Orando en el Huerto, de las parroquias de Santo Domingo de Guzmán los primeros y de San Francisco de Asís el último. Todos de vestir, dotados del inconfundible sello del artista.
Obras de Luján Pérez tenemos, asimismo, tres sanjuanes, en los templos dominico y agustino, que procesionan, y en el franciscano, que ya no lo hace, sí, en cambio, otro del mismo templo al que nos referiremos más adelante; todos aquellos de reconocible estética lujanesca, aunque cada uno con su impronta individual. Por último, creaciones suyas son, de igual manera, los correctos Verónica, de Santo Domingo, y San Pedro, a los pies del Señor de la Humildad y Paciencia, de San Francisco.
Del otro bloque artístico, el de los restantes creadores, existen, igualmente, realizaciones de bulto y de candelero. Así, si en la ejecutoria de José Luján destacaría como su obra maestra a la Dolorosa de la Catedral, en esta de variadas firmas sería de reseñar la talla del Señor Atado a la Columna, también imagen de bulto, que reside en la iglesia de Santo Domingo y es obra del imaginero madrileño Tomás Calderón de la Barca, que sobresale por el escorzo pronunciado, barroco y un tanto teatral, que lo dota de dramático verismo.
De los discípulos de Luján, los aruquenses Silvestre y Rafael Bello, padre e hijo, son, respectivamente, la Magdalena postrada ante el Predicador, y la Magdalena, erguida, de la procesión del Santo Encuentro, la única que no es de Luján de las componentes de la misma, pero que en absoluto desmerece de las restantes protagonistas de esa cofradía.
Arsenio de las Casas, de La Palma, también de la escuela lujanesca, es autor de otro San Juan de la parroquia de Vegueta Alta, que procesionaba históricamente los Martes Santos y recientemente, hasta su supresión, en el Retiro de Vegueta. También a él se deben los apóstoles San Pedro, Santiago y San Juan, que dormitan bajo el olivo del trono del Huerto de Jetsemaní, del templo ubicado en la Plaza de San Francisco/Alameda de Colón, siendo el ángel que completa dicho misterio, de excelente acabado, obra del valenciano Casañ. Su última aportación a la semana mayor del casco histórico fue la primera restauración de la, a la sazón, Virgen de la Misericordia, actual Esperanza de Vegueta, de procedencia sevillana, que deslumbra en las tardes del Domingo de Ramos en su procesionar desde la Plaza de Santo Domingo a la Catedral.
De autor desconocido, aunque de procedencia valenciana, es el Señor en la Burrita, de esa pequeña joya que es la Ermita de San Telmo. De la misma parroquia trianera, los titulares de su hermandad, ambos asimismo, de tutoría anónima, el Señor de la Cañita, de reciente incorporación, es de la escuela castellana, adquirido en Zamora, y la Virgen de los Dolores de Triana, de la escuela granadina, son de sencilla y expresiva hermosura.
También de procedencia peninsular e incorporado hace muy pocos años, es el Resucitado, templo de Santo Domingo, que completa y cierra los desfiles procesionales en la mañana del Domingo de Resurrección.
De la popularmente conocida como 'procesión de los andaluces', si de la imagen bajo palio fue el imaginero sevillano José Paz Vélez su segundo y definitivo restaurador, remarcando, en cierta manera, su prestancia andaluza, de la de Jesús Cautivo es su autor, talla completa vestida con túnica, logrando una estampa noble y gallarda, similar a otra suya de la cofradía sevillana de San Buenaventura.
El Cristo del Buen Fin, de la ermita del Espíritu Santo, obra de un imaginero local y acabado sobrio y austero, en consonancia directa con el momento de su salida procesional, las doce de la noche del Jueves Santo. El Señor de la Humildad y Paciencia, del antiguo convento franciscano, es la imagen más antigua de todas las que procesionan en nuestra Semana Santa, al que Luján sólo se atrevió a retocar sus manos al considerar inmejorable su rostro; procesiona bajo palio, con el San Pedro antes mencionado y el gallo propio de la escena.
Completan la serie devocional anónima el Cristo Yacente, la Magadalena, ambos de factura valenciana, y San Juan, éstos últimos del paso de la Cruz Vacía, todos muy logrados y de la parroquia de San Francisco de Asís, y dos dolorosas muy singulares. Una, la entrañable y conmovedora Genovesa, de la Parroquia Matriz de San Agustín, así llamada por proceder bien de la ciudad italiana o de la comunidad de ese origen asentada en Cádiz, aunque parece más probable la primera hipótesis, sufrió las consecuencias de un pequeño incendio en los años noventa del pasado siglo, siendo restaurada por el imaginero local Francisco Artigas. La otra, la Soledad de la Portería Coronada, es la titular de una archicofradía asentada desde hace cuatro centurias en la iglesia de San Francisco de Asís. Si el Cristo de la Vera Cruz es el Señor de la Ciudad, la Dolorosa es, sin duda, esta imagen, mayestática y altiva, a la vez que cercana y maternal. A ella le dedicó, con motivo de su coronación canónica, estas inspiradas y sublimes estrofas el poeta terorense Ignacio Quintana Marrero… «Virgen de la Ciudad, madre del llanto, arrebujada en luto y desconsuelo y en las manos la nieve del pañuelo, seguimos tu camino el Viernes Santo, junto a tu soledad y junto a tu manto que dan cobijo al dolor de nuestro anhelo va la Ciudad llorando su desvelo, va la Ciudad vertida en tu quebranto...»
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