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Por mucho que se pida perdón, y que se otorgue, y que se acepten las disculpas, y que se escenifique el arrepentimiento... A veces no basta. Y es que no es lo mismo restarle importancia a un pisotón, fortuito o rabioso, que a las desventuras que cíclicamente llegan de forma aleatoria o que estaban ahí gestándose desde hace tiempo ante la indiferencia de los protagonistas, desconocedores del mal que causarían un día, por fin, tantos hechos y deshechos, tanto sentimiento suelto, tantos días y noches erradas.
Y una vez que eso se acepta, que se sabe que lo acontecido ya no tiene remedio, hay que asumir lo que viene, las consecuencias de lo que fue y será. Pero como en esto del corazón, así, a lo cursi, no hay quien mande, la montaña rusa se dispara y los ocupantes han de agarrarse, como hay que aferrarse a la vida aunque no guste el capítulo que se atraviesa. Y entonces los espectadores, que siempre los hay, tiran de manual y comienzan a recitar la teoría, como si la existencia tuviese reglas, como si la vida fuese tan fácil, como si todos no supiésemos lo que hay que hacer y lo que no, lo que es conveniente y lo que es pecado... Pero como siempre, decir es fácil, aconsejar gratuito, juzgar temerario.
Así que cada uno, con su mochila a cuestas, debe tomar el camino que en ese momento, entre la razón mental y la sinrazón emocional, mejor le venga. A sabiendas de que no hay nada escrito, de que nadie sabe realmente qué será lo mejor, asumiendo el riesgo de la posible equivocación.
Pero en todo caso, y aunque con ello tiemblen los cimientos que un día pensaste serían para siempre, y como dijo el gran Mario Benedetti, «no te salves, no te quedes inmóvil...». Porque eso sí que es el fin, el camino más fácil no siempre proporciona la felicidad.
«No te quedes inmóvil / al borde del camino / no congeles el júbilo / no quieras con desgana / no te salves ahora / ni nunca / no te salves / no te llenes de calma / no reserves del mundo / sólo un rincón tranquilo / no dejes caer los párpados / pesados como juicios / no te quedes sin labios / no te duermas sin sueño / no te pienses sin sangre / no te juzgues sin tiempo...». Pero si a pesar de todo gana el miedo, no puedes evitarlo, decides salvarte, permanecer inmóvil, espantar los miedos cerrando los ojos, evitando las miradas del otro, cogiendo el camino de las medias verdades que tan solo encierran mentiras; «pero si pese a todo / no puedes evitarlo / y congelas el júbilo / y quieres con desgana / y te salvas ahora / y te llenas de calma / y reservas del mundo / sólo un rincón tranquilo...».
Entonces, «no te quedes conmigo».
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