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No hay corrupción, ja, ja

Ultramar. «El presidente Clavijo dice que no hay corrupción, ¿tampoco paro, desigualdad, pobreza...?» Vicente Llorca

Jueves, 1 de enero 1970

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Martes de esta misma semana. Pleno del Parlamento regional. La agencia Efe envía un despacho en el que recoge uno de los habituales rifirrafes que allí, donde prima la animadversión al entendimiento, tienen lugar. Esta vez, sin embargo, la noticia, desencuentros al margen, tiene un punto insólito. En el calor de la confrontación con el adversario, el presidente del Gobierno de Canarias, Fernando Clavijo, afirma que la corrupción en Canarias «es inexistente». Si esa es la percepción del máximo mandatario de estas ínsulas, Houston, o mejor, Canarias, tenemos un problema, un serio problema.

Un problema que arrastramos desde hace un tiempo y que no es otro que el clamoroso fracaso de las élites en entender lo que ha pasado, lo que está pasando. Solo así se entiende que las instituciones no estén respondiendo a los problemas que acucian a la mayoría. Así se entiende el divorcio de los ciudadanos con los representantes políticos, el descreimiento.

Una y otra vez las encuestas reiteran que la corrupción figura entre los principales motivos de preocupación de la población; no en vano, se suceden los casos, los datos del Consejo del Poder Judicial certifican esta nauseabunda realidad, quedan muchos juicios pendientes y la experiencia nos dice que se destaparán más. Pero, ya ven, al decir de quien ha de guiar la nave de este archipiélago, nada de eso hay. La calentura del debate no justifica patinazo tan grande.

Si ante tales contundentes hechos esa es la visión presidencial, negar la mayor, es razonable preguntar si su ceguera es la misma sobre el hecho de que uno de cada tres canarios se encuentre en situación de riesgo de pobreza, que el 60% de nuestras familias no tengan capacidad para gastos imprevistos, más de la mitad de los paisanos no se puedan permitir ni una semana de vacaciones o que Canarias sea la peor comunidad de toda España para trabajar. A todo esto podríamos unir los bajos salarios, fracaso escolar, listas de espera, etc, etc, clasificaciones en las que esta tierra nuestra suele encabezar el ranking negativo.

Por esa regla de tres, si aplicamos la convicción del presidente, imagino que tampoco habrá en estas ínsulas desigualdad, paro, repunte del analfabetismo, ineficacia de las políticas sociales, ni el gasto destinado a los más desfavorecidos estará muy por debajo de la media europea, incluso más abajo que el de los países intervenidos por la troika, como son Portugal y Grecia, como señala la oficina de estadísticas de la Unión Europea.

Si esa es la percepción, agárrense los machos. Manuel Muñiz, decano de la escuela de Relaciones Internacionales del Instituto de la Empresa, observaba recientemente que el contrato social que sostenía el orden democrático comenzó a resquebrajarse desde los años 70 del siglo pasado y esa quiebra se ha acelerado con la crisis; sin embargo, las élites ahí siguen enajenadas, ajenas a la realidad sangrante que padecen demasiados, como queda de manifiesto en esa declaración hecha en un parlamento que coquetea con el esperpento y cada día más extraño para la mayoría.

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