Los niños solo deben jugar
Papiroflexia ·
No hay palabras que describan el daño a una niña o niño, ni consuelo para su pérdidaLos niños y niñas se han convertido en una suerte de arma arrojadiza, un símbolo de debilidad al que atacar o con el que atacar. La crueldad con un niño no se explica, es la única que no se justifica, ni siquiera por maldita suerte o azar. No debe existir. No hay palabras que describan el daño a una niña o niño, ni consuelo que compense la pérdida. Los niños y niñas solo deben jugar.
Cuesta imaginarse pueblos sin ellos en las calles. Avenidas, parques o descampados que no sean invadidos por sus gritos, risas y riñas, incluso en el camino hacia sus lugares de estudio. O en el recreo. Áreas verdes huérfanas, bancos vacíos, sin balones botando o enfadando a algún vecino en la siesta o tras quebrarse un cristal…
Sin embargo, es la realidad que nos rodea. En el recuerdo, aquellas tardes al sol, y aunque diluviase, en las que solo parábamos para devorar un bocadillo o pedir permiso para alargar la jornada con los amigos. En la calle, en las aceras, en los campos de tierra. Hoy, desnaturalizados y amenazados, niñas y niños se refugian entre las paredes de sus casas. Y a veces, tampoco estas parecen seguras según demuestran ejemplos cercanos. Recluidos principalmente por inseguridad, aunque las alternativas de diversión también hayan cambiado o desaparecido.
Para quienes creemos o añoramos el uso de las calles, las plazas o los solares de tierra como lugares de encuentro y aprendizaje, la ausencia de niños y niñas es una señal que nos debe preocupar. Queremos que abandonen los muros de sus casas y sean capaces de disfrutar sin amenazas del buen uso de los espacios públicos, ya que estos representan la mejor escuela al aire libre, lugar donde se integran, aprenden y ejercitan valores de civismo y convivencia. También de respeto.
Sin embargo, las estadísticas arrojan una realidad inquietante y muy diferente a aquellas tardes de libertad en la calle. Según el estudio «Menores y Violencia de Género», uno de cada cinco menores españoles, el 19,3%, ha estado expuesto en repetidas ocasiones a situaciones de violencia de género contra su madre y, de ellos, hasta el 77 % ha sido víctima de la violencia directa de su padre o de la pareja o expareja de su madre. Una violencia que se ha agravado durante la pandemia con el confinamiento y las restricciones.
Una violencia que se representa de muchas formas, también a través de la incertidumbre y las preguntas sin respuestas. Una violencia que se eterniza sin explicaciones ni certezas. Porque las niñas y los niños solo deben jugar.