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El nombre del peruano Mario Vargas Llosa (planta su phoenix canariensis en el Palmeral Premios Nobel, instituto Pérez Galdós) aparece en la portada de casi ... setenta obras distribuidas en muy distintos géneros. Obviamente, de muchas de ellas nada sé. Me avalan tres razones.
Una: dada la proliferación de títulos y autores, con frecuencia los selecciono a partir de reseñas y comentarios en periódicos o revistas especializadas. Así, por ejemplo, la sección ABC Cultural del mismo diario: algunos articulistas o críticos literarios me atraen a su lectura. (Me inició el doctor Salvador Caja, asiduo colaborador y exprofesor en La Laguna.)
La segunda está relacionada con la ingente producción del escritor peruano. Y a pesar de merecidísimos premios (el Biblioteca Breve -1962-, el Planeta -1993-, Cervantes -1994-, Nobel -2010-...), mis años de lectura y aula me llevan a la conclusión de que no siempre todos sus títulos son obras maestras, como igual sucede con Cervantes, Galdós, García Lorca… Porque también es cierto: algunas editoriales y los propios autores o herederos aprovechan para, legítimamente, obtener beneficios económicos extras amparados en un nombre ya consagrado.
La tercera se refiere a mi propia capacidad de lectura. Es decir, empleo mucho tiempo para subrayar, hacer anotaciones al margen a la manera de las glosas frailescas sobre léxico en documentos medievales o busco aparentes relaciones con otros autores… Y me detengo no solo en la trama argumental, pues para llevarlos al aula siempre estudié no solo aspectos puramente estéticos, de pensamiento, sociales… sino también técnicos.
Con lo arriba apuntado, estimado lector, me refiero sucintamente a recursos novelescos como el narrador omnisciente, que todo lo sabe, pero aporta al lector solo su punto de vista. O el múltiple: ofrece distintas visiones de un mismo hecho. Cito otros: uso de la segunda persona gramatical con valor de primera; la linealidad expositiva en el tiempo o, al contrario, el entrecruzamiento temporal… Y, en este caso (primer capitulo de Conversación en La Catedral), me llaman la atención e invitan al estudio ciertas características lingüísticas (estructuras, léxico...) no presentes en la narrativa española. ¿Por qué? Pues, precisamente, porque se trata de una novela escrita por autor hispanoamericano con sus variantes léxicas dialectales, extraordinarias aportaciones a nuestra lengua.
De ahí mi lentitud en la lectura y mi ya viejo interés por la novelística del famoso bum hispanoamericano de los últimos años del siglo XX y comienzos de este. Y es que el bum (inicialmente, boom) de tal producción literaria se adelantó en La Laguna y nos atrajo… a pesar del intento de algún profesor empeñado en comenzar la asignatura por las cartas de Colón (la primera, de 1493) y sor Juana Inés de la Cruz (siglo XVII).
Así pues, sin entrar tampoco en etimologías y formación de palabras, me va usted a permitir, estimado lector, unas elementales consideraciones respecto a concretas variantes que me llamaron la atención durante la primera lectura del título ya citado, decenios ha. Y como se trata de una obra de casi 550 páginas, me limito al capítulo primero de la primera parte, exquisitamente rico.
Ya desde el inicio hay un fragmento ('¿En qué momento se había jodido el Perú?') que podría impactar a ciertos lectores pues, a fin de cuentas, la Academia califica la palabra joder como 'malsonante'. ¿Y por? Elemental: 'Ofende al pudor, al buen gusto o a la religiosidad'. Así pues, el autor utiliza un aparente término grosero u ofensivo. Pero continúa con tal malsonancia, supuesta ofensa a la decencia y, por tanto, opuesta a devoción, fervor, recogimiento. Así, reitera su presunta impudicia: 'Piensa: ahí me jodí'; 'Se había jodido más'. 'El Perú jodido, piensa, Carlitos jodido, todos jodidos'.
¿Vulgaridades de Vargas Llosa? Ya no solo es contrario a la norma social, es que supuestamente reta al lector: '¿Por qué cada vals criollo sería tan, tan huevón?'. (¿Volvemos a los adjetivos horteras, soeces?) Y aunque en otros países tal supuesta rusticidad ('huevón') viene a identificarse con 'animoso, valiente', ¿a qué viene la simbólica referencia testicular en grado superlativo? ¿Chabacanería, estimado lector, pura ordinariez? Todo, además, relacionado con cojudo, adjetivo también 'malsonante' (Diccionario) presente en varias naciones americanas… relacionado con el animal no castrado.
Ocurre lo mismo con el tosco término carajo, asimismo presente en este capítulo ('¿Qué carajo iba a saber dónde quedaba la perrera?'. 'Carajo -dice Santiago-. Tampoco estás aquí'. 'Cosas pasadas, qué carajo'). Así, ¿esta potencial grosería es despectivamente ofensiva, cargada de connotaciones sexuales? A fin de cuentas es el miembro viril, reconocido como 'cipote' en 'El cipote de Archidona' de Camilo José Cela, el mismito premio nobel del Diccionario secreto, ¿pura pornografía?
E insiste: usa el verbo 'cagar' ('Al salir siempre se cagan') para referirse a 'evacuar el vientre; dar de vientre; defecar; deponer o excretar' por más que se trate de los perros recogidos, secuestrados en la calle y encerrados en las perreras por 'unos negros asquerosos, amor. Unos bandidos, unos negros con caras de forajidos de lo peor'. ¿Y qué sale a continuación de una cagada? Pues eso, 'mierda': 'Váyase a la mierda, niño', desafora. (¿Cuántas formas, lector, definidas como 'malsonantes' llevamos?)
Sin embargo…, ¿qué es 'La Catedral'? Lo dice un personaje, Ambrosio: 'Conozco un sitio donde como. La Catedral, uno de pobres, no sé si le gustará'. ¿Justifica, entonces, la tal taberna de pobres las hipotéticas 'maleducancias' de Zabalita, un periodista del diario La Crónica encargado de los editoriales? Desde mi punto de vista, ninguna de ellas 'Ofende al pudor, al buen gusto o a la religiosidad' (RAE). A la manera de Galdós (es el Realismo), los personajes hablan con escrupulosa fidelidad a sus variantes dialectales y significados populares. A fin de cuentas son los únicos propietarios de la lengua.
Junto a tal campo hay otros posibles americanismos. Se trata, por ejemplo, de 'arrechar, colectivo (nuestra guagua), calato, chilcano, recibirse ('licenciarse'), garúa, (¿nuestra «garujilla'?), arrancharon, sonsa, chofer – choferes, basural, cantina ('bar', presente en Canarias), lustrabotas, ahorita, galpón, pucho, echando carajos, me presto, trabajo fregado, me siento pésimo'…
Ya ve, estimado lector: en solo un capítulo, el de presentación y situación, no solo palabras y locuciones conocidas y de uso común en el español ('joder, cagar, irse a la mierda'…) sino, incluso, muchas voces hoy ya en el Diccionario académico pero ajenas a la inmensa mayoría de los españoles. Un premio nobel de literatura, Vargas Llosa, no se siente avergonzado, ridiculizado o menospreciado por el continuado uso de sus variedades dialectales, tan válidas como las palabras correspondientes del español de España (españolismos).
En Canarias, sin embargo, muchos de nuestros paisanos -recién llegados de La Sorbona, la Universidad salmantina o acaso Oxford- desprecian voces como tenique, sopladera, seba… y el diferenciador y caracterizador 'ustedes'. ¡Ditoseadiós...!
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