La simple presencia del cartel fotografiado, estimado lector, invita a fugaces consideraciones lingüísticas no solo sobre el inexacto (y simpático) uso de nuestra lengua por ... algunos chonis sino, y sobre todo, ante el obsesivo tinete de ciertos paisas respecto a su idioma nativo. Estos, insuflados de universalidad, sustituyen correctas voces españolas por anglicismos, no siempre intraducibles. Así, ¿por qué usan governance y no 'gobernanza'; happy hour y no 'hora feliz'; kick-off meeting en vez de 'encuentro inicial'; scale-up (company) en lugar de 'empresa emergente' o late night frente a 'medianoche'?
Pero a la vez la misma fotografía abre otras vías para reflexionar en torno a cuestiones sociales extraordinariamente preocupantes. Sirvan como introducción cuatro apartados: la desertización aborigen de algunas islas (los canarios se convierten en puros testimonios); la legítima y justa arribada a las mismas de mano de obra; la proliferación de empresas y consorcios multinacionales y, en cuarto lugar, el monocultivo turístico.
Uno. El cartel fue fotografiado en Lanzarote, Costa Teguise. El municipio de Teguise experimenta desde 1970 un extraordinario desarrollo turístico gracias a, entre otras zonas, la citada. Así, si hace cincuenta años su población alcanzaba los 1170 habitantes, hoy cuenta con 24 000. El presupuesto para 2022 ascendió a casi cuarenta y un millones de euros. Sin embargo Gáldar (17 000 cebolleros en 1970; casi 25 000 hoy), centro económico del noroeste grancanario, aprobó algo más de treinta y siete millones para sus gastos… de 2024 (infonortedigital).
¿Es, pues, Teguise un municipio mucho más productivo (agricultura, ganadería, industria propiamente dicha, comercio…) que Gáldar? No, en absoluto. Hay una gran diferencia: la economía galdense está basada, fundamentalmente, en los apartados anteriores. Sin embargo la de Lanzarote (incluye, claro, Teguise) vive mayoritariamente del turismo: «Turismo y servicios generan en torno al 80% de la actividad económica y el empleo» (ilanzarote.net). A cambio de grandes cacicadas para cómodas inversiones (el primer proyecto de explotación turística de Costa Teguise se sitúa en 1970), la población aborigen ha sido infinitamente superada por gente de fuera (ingleses, alemanes, irlandeses...) y españoles.
Hoy Canarias (generalizo) ha vuelto a caer en el turismo masivo (¡pretenden alcanzar la disparatada cifra de veinte millones!), afluencia de impacto negativo en el medio ambiente. ¿Consecuencias? Inmediatas: «Excesos urbanísticos, consumo de recursos naturales, mayor demanda de servicios y huella ecológica» (El Confidencial). Es, en fin, lo que la ecología llama «Crecimiento invasivo para el territorio y sus habitantes».
Y todo ante el silencio o aparente connivencia de quienes asisten ciegos, mudos y sin memoria: ¿qué fue de nuestra economía durante los años de la pandemia? ¿Cuántas decenas de miles de personas se vieron en la calle? Solo un dato (Confederación de Empresarios HOSTELTUR): hasta agosto del primer año cayó casi un cuarenta por ciento el sector económico. (¿Y si se reprodujera la epidemia para permanecer un tiempo? Indicios hay: desde semanas atrás se recomiendan las mascarillas en centros sanitarios y aglomeraciones bajo techo.)
Dos. Así, tras la superpoblación extranjera (muchos ya residentes fijos o eventuales) hay locales nocturnos cuyo personal «arriba de países donde no luce el sol», al decir de Tomás Morales. Y mayoritariamente desde Inglaterra, como si en Lanzarote hubieran fondeado o atracado buques en cuyos mástiles «...ondea victoriosa / la púrpura violenta del pabellón Royal...».
Por tanto, estimado lector, ¿puede extrañarnos como usuarios y hablantes del español el cartel que José Luis Medina Peñate, exalumno y hoy profesor de Inglés, vio y fotografió en un pub de Costa Teguise? No había personal español, los puestos de trabajo están ocupados por gente de fuera atraída por la embelesadora flauta de acaso una ficción, una fantasía, una vana ilusión…
Me recuerda a otro cartel también enviado por un exalumno desde La Graciosa. En él ruegan que no tiren el papel higiénico al retrete «para evitar havarias de la tuberia». Pero hay más: ruega que «Pongan todo al cubo». ¿Significa que elevemos matemáticamente al cubo nuestras pasturas? ¡Ditoseadiós! ¿Y una vez agigantados y multiplicados, dónde las tiramos, acaso a la marea? ¿Y si la «havariamos» desde la isla hasta el Archipiélago Chinijo? (Ambos ejemplos parecen significar que tanto en Costa Teguise como en La Graciosa la mano del inglés -o de cualquier otro extranjero- se impone en locales públicos.)
Si solo fuera así, retiraría la denuncia presentada ante la Fiscalía de Delitos Lingüísticos. A fin de cuentas no tienen obligación de conocer la lengua española por más que trabajen en tierra española (o, al menos, a nombre de España). Pero sí rasca mi sentimiento como patriota el mal uso de la lengua cervantina. Mil años son muchos siglos de tradición lingüística desde que las iniciales palabras derivadas del latín empezaron a dar vida a una lengua surgida del mismo: el castellano. Es decir, aquel cidcampeador idioma con el cual España llevó la fe a tantas geografías de idólatras, negros sin alma; conquistó mares, océanos, países (incluso saqueó la ciudad romana del papa católico) para propagar la palabra de la religión y del Imperio hacia Dios.
Tres. Los extranjeros con puesto de trabajo, obviamente, lo hacen por su cuenta o para las multinacionales (hoteles, residencias, restaurantes, nocturnidades…). Es mano de obra desesperada y barata, obligada por las circunstancias a aceptar condiciones laborales rechazadas por canarios (circulan por redes sociales experiencias personales de camareros). Se trata de empresas (no todas) que invierten sin rigurosos requisitos y silencios canarios, mutismos canarios e incluso afonías éticas… canarias (generalizo), acaso por incompetencias... o vaya usted a saber. Compañías extranjeras que, en la defensa de sus intereses económicos, muestran insensibilidades ante todo y disparatan subidas de precio en viviendas de alquiler como las llamadas 'de fondos buitre'. Un ejemplo: con bendiciones del Ayuntamiento, en el barrio capitalino de Guanarteme ('La Nueva Italia') se proyecta un edificio de once plantas. Once.
Esta situación me trajo a la memoria unos versos del poema «La maleta» que no es, precisamente, lo mejor de Pedro Lezcano desde el punto de vista poético, pero sí cumplió la función de denuncia sobre la subasta de nuestro hábitat: «Vendía un alemán, compraba un sueco / ¡y lo que se vendía era mi tierra!>. (Por cierto, ya lo había adelantado el tinerfeño Rodríguez Figueroa en 'El cacique', 1901: «El mal de nuestros males está en esa turba de hijos del país [Tenerife] donde campea algún que otro extraño».)
Cusreo. Agrego la terrible y muy peligrosa torpeza (¡tantas veces denunciada y otras tantas pateada!) de centrar un elevadísimo tanto por ciento de nuestra economía regional en el turismo masificado (turismo de masas cuyos gastos los abona fuera del país). Y esto significa, otra vez, casi la exclusiva dependencia del exterior a pesar del tremendo talegazo que Canarias sufrió desde el inicio de la pandemia.
Pero -¡oh, tristes limitaciones las del pensamiento oficial!- la dantesca experiencia no sirvió de magistral lección. Ni por asomo. (¿Podría aplicarse el proverbio latino Quod Natura non dat, Salamantica non praestat, «Lo que no da la Naturaleza [la Universidad de] Salamanca no lo consigue»? ¿O quizás es otra su llamativa limitación?).
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