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Con rigurosa perspectiva histórica a veces ausente en las aulas, hablar del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) desde su fundación (1939) hasta varios decenios después es dar un exhaustivo repaso a la miseria de la investigación científica en aquella España martillo de herejes y destino en lo universal.
Y si a la flagrante realidad del impuesto fanatismo ideológico añadimos la lectura de una extraordinaria novela ('Tiempo de silencio', 1961), podemos llegar a la conclusión de que ambas visiones (histórica y literaria) sobre el CSIC se conjuntan, vienen a ser lo mismo, especialmente si nos referimos a la inquisitorial y «cristiana unidad de las ciencias» impuesta por el régimen fascista a partir de 1939, «nuestro Glorioso Movimiento»: palabras del dictador.
Viene a cuento esta introducción, estimado lector, tras la decisión del organismo oficial dependiente del Ministerio de Ciencia e Innovación (elDiario.es): ordena retirar de la galería dedicada a los retratos de presidentes -previo informe de especialistas en Historia y Ciencia- el correspondiente a su primer director (1939 - 1967), José Ibáñez Martín ('El Gran inquisidor'), ministro de Educación Nacional (1939 - 1951) y embajador del fascismo. A la vez, responsable máximo -anterior a su etapa ministerial- de la Comisión Depuradora Nacional que significó la más vengativa represión sobre profesores (universitarios, de institutos y escuelas) sospechosos de convicciones republicanas (recuerdo a mi maestro de La Graduada galdense, don José Sánchez) o mínimos fervores hacia el bando rebelde .
Y la retirada del retrato, dicho sea de paso, no responde a caprichos, revanchas o desquites. Se trata, simplemente, de la aplicación de la Ley de Memoria Democrática aprobada por el Congreso de los Diputados (julio de 2022) y, tres meses después, por el Senado. En el preámbulo, el Jefe del Estado escribe: «Para ello, las políticas públicas de memoria democrática deben recoger y canalizar las aspiraciones de la sociedad civil, incentivar la participación ciudadana y la reflexión social y reparar y reconocer la dignidad de las víctimas de toda forma de violencia intolerante y fanática».
La Comisión Depuradora C, por ejemplo, actuó con saña contra (entre otros muchos) profesores de Las Palmas de GC y el lanzaroteño Blas Cabrera Felipe, catedrático de Electricidad y Magnetismo en la Universidad Central y acompañante de Eisntein, premio nobel de Física, durante la visita de este a Madrid. Nuestro paisano marchó al exilio y fue desposeído de la condición de 'buen español' así como de las propiedades adquiridas por su trabajo en laboratorios, conferencias, publicaciones, aula…
Y aunque limito el panorama a las islas de Gran Canaria y Lanzarote, su actuación en Canarias y sobre canarios fue rigurosamente cumplida por quienes formaron parte de las distintas comisiones. Así, su actividad autoritaria, persecutoria y restrictiva llegó hasta las dos provincias (separación del servicio; inhabilitación parcial o total; reclusión perpetua; baja en el escalafón; años de cárcel o campos de concentración; destierro a provincias peninsulares…)
Solo en el Instituto de Segunda Enseñanza Pérez Galdós (Las Palmas de GC) el ensañamiento contra varios de sus profesores fue inhumano, demencial, fanático. El catedrático de Historia Natural y Fisiología, Gonzalo Pérez Casanova, investigador en una universidad ginebrina mientras preparaba su tesis doctoral, fue represaliado por la Comisión C presidida por el cura Manuel Socorro Pérez, director de su mismo centro e impuesto manu militari desde 1937. Pero Gonzalo Pérez no fue el único: lo acompañaron los catedráticos de Matemáticas, Historia de la Literatura y Filosofía; dos profesores auxiliares… e, incluso, algunos de la sección delegada de Arrecife como Agustín Millares Carló.
¿Sus delitos? Explicar científicamente el evolucionismo de Darwin; rebelión militar; pertenencia a la masonería; «ser de izquierdas»; «nocivas enseñanzas»; haber escrito una «obra inmoral y sacrílega» (Crimen, revolucionaria novela surrealista de Agustín Espinosa, llevada al cine en los iniciales años treinta)… Es decir, acoso a la libertad de expresión, a la de cátedra, a la Ciencia a través de la superstición y la intolerancia… Y es que el rigor profesional de tales profesores ni coincidía con las ideas del general rebelde arriba transcritas ni con las del primer presidente del CSIC en un discurso, cuyo retrato ha sido descolgado de la galería: «Queremos una ciencia católica. Liquidamos, por tanto, en esta hora, todas las herejías científicas que secaron y agostaron los cauces de nuestra genialidad nacional».
(Por cierto: ¿Una ciencia católica'? ¿La «cristiana unidad de las ciencias»? ¿«Herejías científicas»? Pero, ¿qué es la ciencia sino «Conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento»? ¿Acaso es racional que la argumentación científica pueda estar constreñida, limitada o coartada por muy respetables planteamientos religiosos, cristianos en general o católicos particularmente? Fe y razón -ya lo apuntó Miguel de Unamuno en 'La oración del ateo'- son rigurosamente incompatibles.)
Con perspectiva literaria, 'Tiempo de silencio' (1961) refleja desde la experiencia personal el funcionamiento interno del CSIC. Luis Martín-Santos (psiquiatra) realizó prácticas como cirujano en la institución, satirizada en la novela con continuas referencias a España a través de reflexiones históricas. La insistente exaltación del pasado «imperial» había logrado degenerar y desnaturalizar a través de las aulas la realidad de un país sumido en la miseria como, por ejemplo, el barrio de chabolas en el cual vive uno de los conserjes del Centro con su familia (el contacto físico de todos ellos en el mismo colchón lo llevará a ser padre-abuelo de la misma criatura).
¿Y por qué llega el protagonista -joven médico investigador del CSIC- a conocer la «mansión residencial» (genial ironía) del 'Muecas'? Su laboratorio se ha quedado sin cobayas, imprescindibles para la investigación sobre la cepa cancerígena MNA ('bacterias, hongos, virus'). Y como no hay presupuesto debe recurrir al conserje, quien se ha dedicado a la cría de ratones robados por parejas en el laboratorio y cuyas dos jovencísimas hijas dan calor por las noches «en axilas e ingles» para su posterior venta al investigador.
Como ejemplo, apreciado lector, valga la consideración del protagonista ante la falta de cobayas y la falta de créditos (primera página): «Pueblo pobre, pueblo pobre. ¿Quién podrá nunca aspirar otra vez al galardón nórdico, a la sonrisa del rey alto, a la dignificación, al buen pasar del sabio que en la península seca espera que fructifiquen los cerebros y los ríos?». Esta reflexión la hace mientras mira fijamente la foto de Ramón y Cajal, premio nobel de Medicina en 1906, y para quien en 1920 se había creado el Laboratorio de Investigaciones Biológicas, absorbido y anulado por el CSIC en 1939… bajo la dirección del 'Gran inquisidor'.
Así pues, la Ley de Memoria Democrática deja un hueco en la galería de presidentes del Consejo Superior. Podría, en su lugar, colocarse una placa para que quienes visiten el edificio (estudiantes, a ser posible) aprendan una parte fundamental de la secuestrada historia española: la etapa franquista de la «ciencia católica, la cristiana unidad de las ciencias, la genialidad nacional».
(Por cierto: el instituto Pérez Galdós se adelantó a la Ley de Memoria Democrática -algún año entre 1983 y 1992- con la 'desaparición' de un busto ubicado en el vestíbulo del primer y casi perpetuo director desde la Guerra Civil española, el arriba nombrado Manuel Socorro Pérez, miembro muy influyente de la Comisión Depuradora C.)
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