Caínes, Abeles, Cisjordania, Croacia...
Las acciones violentas con resultado de muerte, estimado lector, fueron desde siempre -y seguirán siendo hasta la extinción de la humanidad- algo común en su ... diario comportamiento.
Leo en CANARIAS7 que van ocho homicidios desde enero en Gran Canaria. La Provincia añade siete en Tenerife (sospecho que debo añadir otros). Cincuenta millones de personas fueron aniquiladas en la Segunda Guerra Mundial, víctimas directas de planteamientos nazis, fascistas e imperiales. Luego, Corea, Vietnam, Irak (pozos)… Y como así fue, ¿volverá la humanidad a sufrir las aterradoras consecuencias de un trío compuesto por disparatadas mentes, obsesivas, ególatras… e inmensamente poderoso, incluso con el visto bueno de las urnas o sus chanchullos?
La propensión del ser humano (¿impuesta?, ¿elegida?, ¿el azar?) a concretas actuaciones definidas como bárbaras, atroces y aborrecibles -el asesinato o cualquier campo léxico próximo- ya viene de muy lejos, digo, tal como recogen textos cristianos en torno a las figuras de Caín y Abel, el malo y el bueno, el homicida y la víctima, respectivamente.
Mientras, la OTAN bendice las pretensiones comerciales norteamericanas. ¿Cuántos miles y miles de millones de euros significarán para las poderosas empresas de guerra, la industria armamentística más colosal del mundo, capaz de construir armamento de trece toneladas? Trece mil quilos en una unidad significan ruinas, devastaciones, catástrofes: es la bomba antibúnker, también conocida como bomba termonuclear o de hidrógeno… cuyos efectos ya se conocen.
¿Y la milenaria Europa, casi toda ella de regímenes democráticos aunque algunos se alejan de la conciencia social, la búsqueda de la paz, el entendimiento a través del diálogo? El Viejo Mundo - gobiernos que, según Trump, «vienen a besarme el culo»- eleva al Olimpo la orden del matón norteamericano y acepta dócilmente aumentar las inversiones militares hasta llegar en 2035 al 5% del producto interior bruto (PIB). A España, por ejemplo, le correspondería invertir trescientos cincuenta mil millones en el inmediato decenio: ¿de dónde saldrían? (Por cierto: ¿a quiénes representan los gobiernos? ¿Y si consultaran a los ciudadanos?)
Caín y Abel, sí, el malo y el bueno, el homicida y la víctima, respectivamente, incluso son encarnados en la literatura. Es el caso, por ejemplo, de lord Byron y Miguel de Unamuno. Ambos tienen a los hijos de Adán y Eva como protagonistas, respectivamente, en el drama 'Caín '(1821) y la novela 'Abel Sánchez, una historia de pasión' (1917). En la primera, Caín se rebela contra la aparente injusticia de Dios, quien condena a muerte al ser humano -a cualquier edad, sin reparo alguno- por la transgresión de sus padres al no cumplir la orden divina sobre la simbólica y prohibida manzana. El último acto dramatiza el asesinato. A la par, el personaje central de Unamuno (Joaquín, médico), odia a Abel (pintor, exitoso en lo profesional y lo personal). También recrimina a Dios por haberlo hecho «rencoroso, envidioso, malo». En las últimas páginas, tras un violento forcejeo con Abel, este muere: «ataque de angina».
Ambas obras me impactaron a los iniciales años de mi juventud. Pero las distintas lecturas de Abel Sánchez (1917) avivaron aún más mi interés, perplejidad y asombro (¡la voracidad de los dieciséis años!). Para el catedrático vasco-salmantino, Dios rompió el tratamiento de igualdad entre todos los humanos: hizo bueno a Abel e indigno y ruin a Caín. (¿Pero qué Dios, pregunto, si el verso «Oye mi ruego Tú, Dios que no existes» -1927- es unamuniano?)
La fraternal relación entre el médico y el pintor, la larga amistad que casi los convertía en más que «hermanos de crianza» (también cada uno aprendió a conocerse conociendo al otro) se volvió odio, aversión, fobia... del primero hacia el segundo. Y como aspecto crucial, insisto: Joaquín está plenamente convencido de que no fue libre para elegir su destino, él no había mostrado predilección por el delito moral de la envidia (sexto pecado capital). Muy al contrario: le fue impuesto desde su nacimiento, denunciaba.
Cabe, entonces, otra pregunta: los Caínes de hoy -Trump, Netanyahu, Putin...- fanáticos seguidores en eso de matanzas o masacres, ¿podrían recurrir también al argumento de los personajes literarios citados (Dios como único responsable), pues a ellos los hizo perversos? Si planteamos el tema en los momentos actuales (bombardeos, destrucciones, muertes por hambruna, inasistencia sanitaria, miles y miles de cadáveres, hospitales rematados, el gazatí como blanco…), desconozco la respuesta. Pero si el planteamiento fuera válido, se produce una compensación: el Dios del Antiguo Testamento maldijo a Caín y lo condenó a andar errante. Hoy, sin embargo, Trump, Netanyahu, Putin… siguen en el poder y continúan asesinando sin condena alguna. Y sin remordimientos.
Así, en esta Tierra universal en la cual vivimos, la presencia de Caín permanece vigente, activa, reforzada. Ya dejó la quijada para matar. Ahora, la inteligencia artificial (IA), las empresas armamentísticas yanquis y el Gobierno Trump ponen a disposición de Israel todo lo imprescindible para el genocidio, exterminio de la población civil gazatí. Y pasan de Ucrania, a fin de cuentas este país ya obedece.
Ante el inhumano silencio europeo y su vasallaje impuesto por USA solo me queda soñar, fantasear, creer nuevamente en los Reyes Magos. Y aunque a la manera de Blas de Otero «me queda la palabra», revivo también imágenes televisivas, fotografías de periódicos y grabaciones auditivas que muestran la barbarie, ferocidad y salvajismo con que los caínes de turno matan en Gaza, Cisjordania, Ucrania, Líbano… Miro, pues, como único horizonte, hacia las Iglesias católica, episcopal y ortodoxa. Y vuelvo a idealizarlas, a fin de cuentas alguna vez les oí decir que sirven a los necesitados. Pero, ¿cumplen en estos momentos de terribles convulsiones, demencias, masacres... o simplemente susurran?
Sí. Nuestra Europa del Pensamiento, la Razón, la Libertad y la Democracia prefiere las bombas y adora al emperador gringo. Y cuantos más niños mueran, adultos, ciudadanos que huyen o buscan un cacho de pan, mejor. No obstante, a pesar de tantísima salvajada, sigo a Pedro García Cabrera: «La esperanza me mantiene». (Pero el desespero debilita y derrumba mi fe en este continente. ¿Y en Quién?)
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