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Monarquía, luz y taquígrafos

Editorial ·

En su mano está dar pasos que confirmen, sin lugar a la duda, que hay voluntad de depurar responsabilidades

Domingo, 9 de agosto 2020, 10:08

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Seis años después de una sorpresiva abdicación, Juan Carlos I comunicó esta semana a su hijo, el rey Felipe VI, y por extensión a todo el país, que se marchaba fuera de España al considerar que era lo mejor para la institución monárquica y para que el presente y el futuro de la misma no se vean afectadas por cuestiones de índole «personal». Desde entonces, el paradero del rey emérito sigue siendo un misterio, como también lo es cómo se llegó a esa fórmula, a medio camino entre un aparente exilio y el compromiso -a través de los abogados, pues don Juan Carlos I no hace referencia alguna en su carta- de estar siempre a disposición de la Justicia si así se considera preciso.

Las críticas ante lo ocurrido han sido mayoritarias, incluso partiendo del principio de la presunción de inocencia del padre del actual rey. Y es que incluso esa presunción hace todavía más inexplicable la decisión de marcharse, con el añadido de un secretismo a todas luces inaceptable en estos tiempos y más aún teniendo en cuenta que don Juan Carlos sigue siendo rey emérito y que debe contar con una seguridad a su alrededor que evidentemente es competencia del Estado.

A partir de ahí se ha abierto desde algunas fuerzas políticas el debate sobre la conveniencia de cambiar el modelo de Estado, poniendo fin a la monarquía parlamentaria y optando en su lugar por un sistema monárquico. Es una discusión que ya se planteó en los inicios de la Transición, que resurgió durante el 15M y que retorna ahora con intensidad. Lo cierto es que, con la Constitución en la mano, solo es viable si hay un amplio consenso político, que es precisamente lo que escasea desde hace tiempo en este país. Las declaraciones esta semana del presidente del Gobierno y líder socialista, Pedro Sánchez, cortocircuitan además esa posibilidad, pues sin el PSOE y el Partido Popular no se dan los número para iniciar un proceso de reforma constitucional que afecte a la continuidad de la Corona.

Pero no debe contentarse con ello la institución monárquica. En su mano está dar pasos que confirmen, sin lugar a la duda, que hay voluntad de depurar responsabilidades y de establecer mecanismos de control claros, eficaces y contundentes. La fe en las instituciones no es ciega y hacen falta luz y taquígrafos. Porque la ausencia de esos controles son los que llevaron a don Juan Carlos a tan triste final.

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