El monstruo que habita en nosotros
Miguel Ángel Rodríguez Sosa
Las Palmas de Gran Canaria
Domingo, 22 de septiembre 2024, 23:32
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Miguel Ángel Rodríguez Sosa
Las Palmas de Gran Canaria
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Somos los seres humanos buenos o malos por naturaleza? Esta es una pregunta que ha inquietado a filósofos, científicos y pensadores a lo largo de los siglos. Algunos argumentan que nacemos con una inclinación hacia la bondad, y que la crueldad es el resultado de factores externos como la cultura o las circunstancias. Otros sostienen que, en el fondo, todos tenemos una capacidad innata para la violencia y el egoísmo, que sale a la luz cuando se presenta la oportunidad.
A lo largo de la historia, la humanidad ha demostrado la asombrosa capacidad para crear y destruir, amar y odiar, proteger y hacer daño. A menudo, pensamos en la violencia y la crueldad como problemas causados por individuos aislados o circunstancias excepcionales. Sin embargo, estos actos no surgen de la nada; son el resultado de la parte más oscura que reside en cada uno de nosotros y de un entorno, y algunos políticos, que consciente o inconscientemente, toleran, permiten o incluso fomentan la violencia.
Para mí, todas las personas somos capaces de hacer tanto el bien como el mal. Depende de la educación que recibimos, los valores que adoptamos y las influencias que nos rodean, pero en última instancia, somos nosotros quienes elegimos qué camino seguir.
El verdadero monstruo no es solo el criminal o el dictador. Está también en nuestra propia capacidad para ignorar o normalizar el sufrimiento ajeno, en la indiferencia colectiva ante las injusticias y en nuestra tendencia a mantenernos al margen cuando deberíamos actuar. Cada vez que permitimos o ignoramos la crueldad, estamos alimentando este monstruo que reside en nosotros.
En las guerras, la monstruosidad humana se revela de manera descarnada y brutal. Desatan lo peor del ser humano, las reglas que regulan la convivencia se desmoronan, y lo que alguna vez pudo haber sido considerado impensable se convierte en la norma: asesinatos masivos, la violación de los derechos humanos, el uso de la tortura, y la muerte indiscriminada de civiles, incluidos niños. Se deshumaniza al enemigo y se construyen narrativas que legitiman la aniquilación del otro. Esto permite que el monstruo que habita en nosotros actúe sin remordimientos, justificando la crueldad como un medio para alcanzar fines superiores.
La brutalidad que está ejerciendo Israel en Palestina es un claro ejemplo. Miles de muertos, heridos y desplazados, generando un sufrimiento masivo entre la población civil palestina. Lo llamen genocidio o no, lo que está claro es que las tácticas utilizadas para despojar a los palestinos de sus tierras y asfixiar su desarrollo constituyen graves violaciones de derechos humanos.
Otra de las manifestaciones más terribles de este monstruo es la violencia ejercida por hombres hacia sus parejas o exparejas. Cada año, miles de mujeres son víctimas de agresiones, abusos y, en los casos más atroces, asesinadas por quienes alguna vez dijeron amarlas. En muchos casos, estos hombres extienden su violencia hacia los hijos, en un intento de castigar a la mujer y destruir lo que ella representa (también conocida como violencia vicaria). Para erradicarlo, no basta con castigar a los culpables; necesitamos una transformación profunda de las normas sociales que permiten que esta violencia continúe.
Las violaciones son otra de las manifestaciones extremas de abuso de poder. Este problema no se limita a los agresores individuales, sino que está arraigado en una cultura que tolera el machismo y la cosificación de las mujeres. El reciente caso en Francia, donde un hombre drogaba a su esposa para que otros abusaran de ella, demuestra cómo el monstruo se extiende cuando más de 50 personas participaron en el abuso y otros muchos guardaron silencio.
La pederastia es la traición más ruin a la inocencia, una violencia que destruye vidas y vulnera lo más sagrado de la humanidad: la protección de la infancia. La represión sistemática de las mujeres, como la que ocurre en Afganistán, la pobreza, los atentados, los asesinatos indiscriminados, la destrucción del planeta, la extinción de especies, el racismo,... la lista de barbaridades es demasiado larga.
Como vemos, el monstruo que habita en nosotros no es un problema aislado ni esporádico. Cada acto de crueldad tiene raíces profundas en la cultura que hemos construido. Frente a todas estas monstruosidades, surge la necesidad de tomar acción.
La psicóloga Yurena Rodríguez nos plantea una serie de acciones para mejorar el mundo o, al menos, contribuir a ello con nuestra aportación o nuestro ejemplo: denunciar lo que nos parece que no está bien, pues lo contrario sería ser cómplices con nuestro silencio; no reír las 'gracias' cuando alguien hace comentarios que consideramos misóginos, racistas u homófobos; plantear propuestas y apoyar el cambio de leyes; actuar en nuestro entorno más cercano con aquello que podamos aportar (sean acciones benévolas, cívicas o reivindicativas) ya que las contribuciones a pequeña escala tienen impactos más directos y se amplían generando un efecto mariposa.
Reflexionar acerca de lo transmitimos, de nuestra forma de estar en el mundo, identificando nuestros valores y comprobando si nuestras conductas están en coherencia con ellos. Y, por último, no esperar que nuestras acciones tengan resultados recíprocos siempre. A veces, simplemente hay que hacer el bien sin mirar a quién, por la propia satisfacción de sentir que estamos contribuyendo a inclinar la balanza, porque cuando abunda la maldad actuar con bondad es un acto revolucionario.
La invitación está hecha: reflexionemos, tomemos conciencia de nuestras responsabilidades, y trabajemos juntos para que, en lugar de alimentar nuestras sombras, podamos encender la luz que habita en cada ser humano.
¿Te lo imaginas?
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