
Influencers, pantallas y adicción. ¿El laberinto de una generación?
Miguel Ángel Rodríguez Sosa
Las Palmas de Gran Canaria
Domingo, 23 de febrero 2025, 23:31
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Miguel Ángel Rodríguez Sosa
Las Palmas de Gran Canaria
Domingo, 23 de febrero 2025, 23:31
Vivimos rodeados de pantallas que nos informan, nos entretienen y, a veces, también nos atrapan. Para muchos jóvenes, no son solo herramientas, sino espejos en ... los que buscan su identidad y modelos a seguir. Sin embargo, en lugar de inspiración, a menudo encuentran un vacío que los desconcierta y los aleja de sí mismos. ¿Te has parado a pensar en esto?
Para mí, la dependencia a las nuevas tecnologías, sumada a la idealización de youtubers, instagramers o streamers, está generando que una parte importante de jóvenes parezca extraviada en el laberinto de lo inmediato, lo superficial y lo fácil.
Bombardeados por estímulos superficiales y metas inalcanzables, terminan desprovistos de un propósito en la vida. En la búsqueda de llenar ese vacío, recurren a drogas o conductas adictivas que los sumen aún más en un abismo emocional. Así se entienden que los problemas de salud mental están siendo alarmantes, ya que han aumentado considerablemente los trastornos como la ansiedad, la depresión y las adicciones.
Por eso no es casualidad que cada vez más jóvenes dejen de estudiar y tampoco quieran trabajar. ¿Para qué invertir años en educación o en un empleo que no nos hace ricos, cuando los influencers muestran una vida de lujos lograda aparentemente con poco esfuerzo? La promesa es tentadora, pero el mensaje es dañino: el esfuerzo, la disciplina y la paciencia han perdido valor frente a la fantasía de la fama instantánea.
Esta búsqueda de dinero rápido no solo está relacionada con aumentar seguidores, como sea, para ganar dinero en las redes sociales; también se asocia con actividades inmorales o ilegales. Muchos jóvenes recurren a atajos peligrosos: estafas digitales, tráfico de sustancias, apuestas online... Y lo que comienza como una 'salida fácil' termina atrapándolos en un ciclo de problemas legales, deudas y adicciones.
Este fenómeno es el resultado de décadas de cambios tecnológicos, sociales y culturales que han transformado la forma en que vivimos, nos relacionamos y buscamos sentido a nuestra vida.
El auge de la tecnología sin una guía ética clara ha jugado un papel crucial. La revolución digital nos trajo avances increíbles, pero también abrió la puerta a la sobreexposición, la comparación constante y la necesidad de validación inmediata. Las redes sociales se diseñaron para captar nuestra atención mediante algoritmos que pretenden aumentar el tiempo de uso, generando dependencia.
A esto se suma la pérdida de referentes tradicionales. Familias fragmentadas, sistemas educativos desbordados y comunidades desarticuladas han dejado a muchos jóvenes sin redes que los orienten y apoyen. En lugar de modelos cercanos que los inspiren, encuentran en las redes sociales figuras que muestran una vida de lujo y éxito superficial.
Por otro lado, el mensaje que se ha transmitido, tanto en la publicidad como en la cultura popular, es que la felicidad se encuentra en tener más, en ser más visible, en alcanzar el éxito rápido. Hemos olvidado enseñar que la vida es un proceso de aprendizaje, esfuerzo y crecimiento continuo.
¿Quién se beneficia de esto? Hay quienes se lucran enormemente del estado de dependencia y desconexión. Por ejemplo, las grandes empresas tecnológicas, Instagram, X, TikTok y YouTube han creado modelos de negocio basados en la atención continua de sus usuarios. Mientras más tiempo pasamos conectados, más datos se recopilan, más anuncios se muestran y más ingresos generan.
Si queremos evitar que este ciclo continúe, debemos detenernos y reflexionar como sociedad sobre las prioridades que hemos establecido y el futuro que queremos construir. Cada vez que valoramos más el éxito inmediato que el esfuerzo, o priorizamos la tecnología sobre las relaciones humanas, reforzamos este sistema.
Resolver esta problemática requiere un enfoque multidimensional donde los gobiernos, las familias, el sistema educativo y los profesionales de la psicología, la pedagogía y la educación social juegan un papel importante.
Los gobiernos deben regular para garantizar que estas herramientas no solo busquen beneficios económicos, sino también el bienestar de sus usuarios. Esto implica mayor transparencia en los algoritmos y medidas que limiten la adicción tecnológica. Esto, para mi, es lo más difícil de conseguir, ya que los dueños de estas multimillonarias empresas han decidido pasar a formar parte de los gobiernos como en EEUU. ¿Será para mantener este sistema perverso?
La familia debe ser el refugio y la guía. Los padres tienen la responsabilidad de enseñar a sus hijos a navegar el mundo digital con criterio, equilibrar el tiempo de pantalla y valorar los momentos desconectados. El ejemplo, más que las palabras, es crucial.
En las escuelas se deben ofrecer herramientas prácticas: talleres sobre el uso responsable de las redes, programas que fomenten actividades fuera de lo digital y espacios donde los jóvenes puedan relacionarse y explorar sus talentos y pasiones sin presión.
Una sociedad que educa a sus jóvenes para comprender sus emociones, cuestionar lo que consumen y tomar decisiones conscientes es una sociedad que se protege de estas dinámicas tóxicas.
Quizás sea hora de volver a salir a jugar juntos a la calle y no tanto jugar online, de participar en las fiestas del pueblo o del barrio,... de reconectar con lo esencial.
Hemos llegado hasta aquí porque priorizamos lo inmediato sobre lo duradero, lo superficial sobre lo profundo. Pero aún estamos a tiempo de cambiar. Los jóvenes son el reflejo de nuestra sociedad; si ellos están perdidos, es porque los adultos hemos fallado en mostrarles el camino.
Que este sea un recordatorio para actuar con urgencia, con empatía y con una visión clara de que un mundo mejor comienza cuando sembramos en ellos raíces firmes y alas auténticas.
Ojalá te sirva.
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