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Sin medir el daño

Papiroflexia ·

No es exclusivo de Internet y las redes sociales, también sucede en los medios tradicionales

Alberto Artiles Castellano

Las Palmas de Gran Canaria

Jueves, 17 de junio 2021, 08:23

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El Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses (IMLCF) de Santa Cruz de Cruz de Tenerife ha pedido en los últimos días «prudencia extrema» respecto de las posibles interpretaciones del informe preliminar de autopsia de la niña. El portavoz de la familia, siempre dispuesto las 24 horas, ha tenido que salir al paso de algunas informaciones, para matizar, aclarar o desmentir algunos datos. Siendo estos confirmados, la mayoría, pocas horas después. Un cura oportunista y trasnochado aprovechó su púlpito para tener otro minuto de gloria (y no bendita) con un discurso de otro tiempo, inadmisible y denunciable. Y lo peor de todo, la Iglesia vuelve a mirar para otro lado, limitándose a una disculpa vacía y una reprimenda edulcorada. Y no es la primera vez que se sale del tiesto un cura superado por el personaje al que muchos le ríen las gracias y lo encumbran como autoridad moral, amparado en un libro desactualizado de ciencia ficción.

Sin embargo, aunque todos respondemos por nuestros actos y palabras, somos los periodistas y comunicadores los que tenemos que modular y filtrar el mensaje. La manera en la que los ciudadanos acceden a la información ha cambiado radicalmente en los últimos años. Y con ello las exigencias de los profesionales. Ahora se prioriza la instantaneidad de las redes sociales, lo volátil y ligero. Un lugar donde la ambigüedad y las medias verdades lo inundan todo. Son contagiosas. Por lo que si queremos reivindicar la buena información, el periodismo en mayúsculas, no podemos caer en la trampa del morbo fácil. En las vísceras sin reflexión. Y esto no es exclusivo de la comunicación digital y las redes sociales. También en los medios tradicionales.

No nos engañemos, un profesional sabe cuándo traiciona su dogma y se entrega a la orgía de sensacionalismo y banalización. Todos hemos pecado, padre Báez. Pero muchos se divierten en el fango. La violencia se convierte en el espectáculo que sacia la atención de la gente. Y con las audiencias o las estadísticas en la mano, estas noticias pasan a desarrollarse con detalle. Y si no hay noticia, especulamos. La norma es cubrir el escenario de los sucesos, las declaraciones de los familiares, de los protagonistas, de los testigos, del vecino que pasaba por allí o de quien le vendía el pan a la víctima. Abundan también los todólogos. Y si hay que rellenar, montamos un debate con tertulianos estridentes, y aseguramos el share o el clic. Porque las ganas de saber alimentan el morbo y la teatralización sin medir el daño.

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