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El día en que se hizo viral el vídeo de los cánticos de un nutrido grupo de estudiantes masculinos del Colegio Mayor Elías Ahuja dirigiéndose a las jóvenes del Colegio Mayor Santa Mónica en Madrid la socióloga Cristina Hernández posteaba una pregunta en Twitter: «¿Por qué creéis que el vídeo del colegio mayor tiene mucha más repercusión que las tres mujeres asesinadas en una mañana de la semana pasada?».
La respuesta merece contexto. Por un lado, dos residencias estudiantiles dirigidas por congregaciones religiosas. La primera por la orden de San Agustín y la segunda por las Agustinas Misioneras. Las dos, además, están adscritas a la universidad pública Complutense.
Por otro, los terribles hechos conocidos el 27 de septiembre sobre violencia machista. Ese día fueron asesinadas en España dos mujeres, de 67 y 32 años respectivamente, por sus parejas y, además, la policía encontraba el cadáver de una tercera, de 39 años. Semanas antes se había denunciado su desaparición, pero la investigación apunta a que su marido la mató y luego enterró el cuerpo.
En las noticias, las tres mujeres eran un número más en la larga lista de asesinadas por la violencia machista en España. La suma de las víctimas es eso: una estadística llevada a titular acompañadas de una fotografía tal vez de la fachada de una casa o de un coche de policía.
En cambio, el segundo hecho contaba con un vídeo en el que se podía ver a la jauría masculina en pleno apogeo gritando «putas» y «conejas» en una 'performance' ensayada. Así que esta «información» lo tenía todo para convertirse en una noticia «de alcance» a poco que sus protagonistas tuvieran el acierto de colocarlo en la red apropiada.
Ahora que se cumple el cuarenta aniversario del CANARIAS7, la tentación puede ser lamentar la muerte del periodismo, sepultado sobre miles de vídeos que circulan a diario por las redes sociales. Sin embargo, dictar esta sentencia no es tan sencillo.
En estas cuatro décadas, como en todos los ámbitos de la vida, el periodismo ha cambiado mucho, pero tal vez no en aquello que parece más evidente. Porque hace cuarenta años, incluso antes, hace mucho más de un siglo, el periodismo ya necesitaba venderse para subsistir. Y si el vídeo en el periódico ha sido la gran aportación del XXI, la inclusión de la fotografía hace más de cien, jugó un papel similar para incrementar las ventas como antes lo lograron las ilustraciones.
Pero hay una diferencia. El video ha cambiado el periodismo impreso de una manera que no lo hizo la fotografía. La imagen en movimiento se ha convertido, cada vez más, en el principal reclamo para atraer al 'usuario', algo que, hasta hace muy poco, era propio de la televisión, conocida, precisamente por ello, como 'la caja-tonta'. La discrepancia salta a la vista. Una ilustración, un gráfico o una imagen fotográfica reclama a quien la observa un esfuerzo interpretativo que elimina el movimiento.
En las facultades de periodismo era un lugar común decir que la televisión resultaba espectacular por la imagen, la radio era crucial por su capacidad de informar al momento, pero el periodismo impreso, con su capacidad de analizar y reflexionar sobre la actualidad, no tenía nada que envidiarles. Llegábamos tarde para informar mejor, y nadie podía argumentar, ni remotamente, que estaba bien informado por haber visto un telediario. Se requería el contexto para situar mejor la información, para comprenderla y poder hacernos una idea sobre su trascendencia o inocuidad.
La digitalización, sin embargo, ha roto estas divisiones clásicas, aunque no ha sido el único factor. Internet no solo es que permita, es que exige, que se mezclen los formatos para que resulten más atractivos, como si lo atractivo fuera el fin último del periodismo. O, como si el lenguaje televisivo, más dado al impacto de la imagen en movimiento, fuera la vocación frustrada de cualquier periódico que haya existido nunca. Dicho de otro modo, bajo esta premisa y si habláramos de literatura, el fin de la novela es llegar a convertirse en una serie de una de las tantas plataformas existentes. Rápido consumo de usar y tirar.
El problema del periodismo no lo constituyen los miles de vídeos de gatitos que reclaman nuestra atención. Cosas así han existido siempre y seguirán existiendo mientras haya un lector o lectora con monedas en el bolsillo y alguien pueda hacer negocio encasquetando publicidad. El problema del periodismo consiste en ceder ese espacio para la reflexión común, para pensar en el tema de fondo que unen al vídeo del colegio mayor con las estadísticas de violencia de género, para desvelar lo que subyace más allá de la imagen del momento.
Es posible que, sin ese instante reflexivo, estructurado en torno a noticias bien presentadas y escritas, crónicas profundizando en cómo afectan las decisiones a la persona común y artículos de opinión bien razonados invitándonos a tomar partido, el periodismo no sea más que un entretenimiento más entre muchos otros.
Si se pierde ese elemento reflexivo en el periodismo, porque la reflexión ya no es valorada ni por los algoritmos de las redes sociales ni por la ciudadanía, estaremos condenados a ser un simple pasatiempo y, en tal caso, la respuesta a Cristina Hernández sería que, a falta de vídeo, que tres mujeres hayan muerto no tiene ningún significado salvo que, después, algún gato haya dado alguna simpática voltereta junto a sus cadáveres.
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