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Directo Matilde Asián aborda los presupuestos de Hacienda para 2025

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Los giros de la vida desordenan la razón. La fragilidad queda expuesta en una mutación, un salto genético. Y entonces tiembla esa especie humana, mientras presume de máximo nivel de plenitud. Algunos indicios ya avisaban de la proximidad de la extinción. La mayor señal estaba ahí, delante de todos, desnuda; la generación de la tecnología más puntera favoreció el tránsito de imbecilidades. La primera gran epidemia del siglo XXI llegó mucho antes que este pánico respiratorio; Umberto Eco la llama «la invasión de los necios», y se instaló como usted en su casa durante las dos próximas semanas. Sin remedio.

La segunda ola llega ahora, con este tóxico en el aire que no se ve ni tiene cura. En esta hegemonía de la imagen, cuando sólo una estampa es capaz de alterar el comportamiento, la aparición del mal flotando sin rostro en el ambiente impide el control del pánico. La muestra se observa en los supermercados; por mucho que los médicos avisen de que el contagio triunfa por las vías respiratorias, el votante ilusionado lo traduce como un problema fecal.

La mutación del conocimiento convierte el papel higiénico en eje de la codicia. Definitivamente, la razón ya se extinguió.

Por no hablar de ese público pudiente que se inserta bolsas de plástico en la cabeza contra el contagio. Sin dar el mínimo uso al cerebro que lleva dentro.

Qué paradoja; en el mapamundi del problema, África aparece limpia, sin apenas incidencias. Sólo el mundo desarrollado sucumbe a la incógnita. Algún desconfiado dirá que no es por falta de casos, sino por absoluta carencia de medios para detectar el bicho. Claro que África ahora tampoco es la prioridad; el daño está demasiado cerca. Sólo un milagro colectivo habrá de curarlo. Pues no faltaba más, don Pascual.

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canarias7 Males sin rostro