La zona de inmoralidad
En la película 'La zona de interés', Jonathan Glazer narra la historia del comandante del campo de concentración de Auschwitz, Rudolf Höss, que ... vive con su esposa y sus cinco hijos en una apacible casa junto al campo de concentración.
Cuando no está en su tarea de asesinar judíos, Rudolf es un padre amoroso que saca a sus hijos de paseo, o los lleva a nadar y pescar. Mientras tanto, su esposa Hedwig dedica su tiempo a cuidar el jardín. A lo lejos, como una letanía, se escuchan los disparos, los gritos y los sonidos de los trenes que llevan a los prisioneros a los hornos.
La película nos muestra, una vez más, que aún en pleno genocidio hay tiempo para pasear, pescar o nadar siempre que uno se lo proponga. Es decir, siempre que uno se proponga actuar como un vive la vida indiferente a la suerte de los demás.
La película también nos muestra que siempre hay dos vidas: la nuestra y la de ellos, dos vidas que se presentan, en toda su falsedad, bajo la apariencia de lo justo y lo injusto. Si las cámaras de la película se hubiesen ubicado en el campo de concentración, los judíos nos contarían la verdadera historia del sufrimiento. Pero como se ubican en la casa de los Höss nos cuentan el sufrimiento pueril de quienes sienten la molestia de la letanía de gritos o la incomodidad de que los niños se encuentren, de vez en cuando, algún cadáver judío flotando en el río.
La película es magistral por cuanto quiere mostrar que el mal siempre es el otro, cuya existencia constituye algún tipo de molestia. De la misma manera que hoy molestan esos miles de personas que son asesinadas, casualmente por los judíos, en tierras ocupadas. Por molestar, molestan incluso a nuestro timorato Gobierno, incapaz de ir más allá del mínimo balbuceo de una semi condena. Es lo bueno que tiene disponer de una zona de interés, esa zona de inmoralidad en la que siempre que dispongamos de unas cañas, un partido de fútbol o el último grito cultural, podemos olvidarnos de todo por un rato.
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