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La Antropología se ha preguntado en no pocas ocasiones cuál es la causa de que exista la mentira en las relaciones humanas. Y ... en esto, no conviene ponerse del lado de Kant, que prácticamente obligaría a desvelar el escondite de una persona que huye de una injusta persecución con tal de no faltar a la verdad. No es baladí la cuestión: si la mentira es posible, es precisamente porque las relaciones humanas se basan en la confianza.
El problema mayúsculo se da en la política. Y lo verdaderamente asombroso es que, ni siquiera una persona experta en los «microgestos» que delatan que ni nosotros mismos nos creemos lo que decimos, es capaz de detectarla.
Por ejemplo: con la misma contundencia con la que el PP de Canarias —e incluso el nacional, como ha hecho esta semana su coordinador general, Elías Bendodo— dice que el Gobierno central «se ríe de Canarias» por no atender a los menores migrantes no acompañados que han pedido asilo, vota en contra del reparto solidario de estos niños, niñas y adolescentes entre las comunidades. ¿En qué quedamos?
Decía el viceconsejero de Asuntos Sociales, Francis Candil, que «olía a racismo», con el mismo argumento que ha utilizado el ministro Torres: cuando llegaron miles de personas de Ucrania, ninguna comunidad elevó el labio. Y así fue.
Mienten también cuando aseguran que no tienen capacidad, porque, simplemente, no abren recursos. Pero también mentimos aquí cuando decimos que Canarias no puede albergar a 5.600 menores, siendo la comunidad con menor natalidad de España.
Claro que los pronatalistas también mienten. No quieren niños o niñas. Quieren niños y niñas blancos. No migrantes negros.
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