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En una tertulia Echedey Eugenio, primer teniente de alcalde de Arrecife y secretario de Organización insular de Coalición Canaria, mostró su preocupación ante el riego de que su hija o sus nietos tuvieran que compartir colegio o atención sanitaria con menores inmigrantes. Todo tiene su explicación: al hombre se le fue la olla o bien no la ha tenido nunca. En ambos casos: pobre hija y pobres nietos.
Por las mismas fechas, al Gobierno canario le dio por hacer un protocolo sobre la atención a los menores migrantes que llegan a las costas canarias a bordo de esas embarcaciones en las que, a diario, se juegan su vida. Esto también tiene su explicación: Fernando Clavijo y sus colegas del consejo de Gobierno se aburren. Y los servicios jurídicos de la Comunidad no dan pie con bola. En ambos casos: pobre de nosotros.
Es probable que, en algún tiempo remoto, el caso de Eugenio se solucionara de una forma simple: constatado que no da para más, se le manda a su casa a que se entretenga con los geranios. Y el caso del Gobierno canario es por el estilo: una vez que todas las instancias coinciden en la sospecha de que la ocurrencia vulnera los derechos de los menores migrantes, el presidente sale a pedir perdón y a hacer propósito de enmienda.
Ninguna de las dos cosas ha sucedido ni van a suceder, habida cuenta de la ciénaga en que se ha convertido la política a cuenta de un fenómeno tan normal en Canarias como es la migración. En este contexto, se puede decir casi cualquier cosa, porque todo se clasifica en la típica contienda entre partidos políticos, con independencia de que se trate de menores o de gente, de cualquier edad, que llega echa polvo a las costas canarias.
La inmigración no es un problema. El problema es acostumbrarse a ver a estas personas revolviendo en los contenedores de basura como si eso fuera una profesión. El problema es acostumbrarse a que lleguen a las instituciones gente preocupada porque su hija se relacione con 'un negrito'. El problema es un Gobierno que hace leyes que vulneran derechos fundamentales, nada menos, que de menores. El problema es, en definitiva, la miseria moral.
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